Foto: Archivo CN360
¿Qué importa si un presidente dice que la limonada es la base de todo y un general sugiere criar avestruces para alimentar al país, ahora un especialista propone eliminar la papa y el arroz de la dieta cubana como solución a la crisis alimentaria?
La última propuesta se presentó en el programa televisivo Cuadrando la Caja, donde el doctor Roberto Caballero, miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Técnicos Agrícolas y Forestales, expresó que uno de los principales impedimentos para lograr la llamada soberanía alimentaria en Cuba son los hábitos de consumo de la población.
De acuerdo con el funcionario, la Ley de Soberanía Alimentaria y Seguridad Nutricional no solo persigue aumentar la producción de alimentos, sino también impulsar un cambio en la dieta de los cubanos, quienes, según explicó, han adoptado costumbres de consumo que no se adaptan a las realidades del país.
Como ejemplo, Caballero mencionó la papa, un cultivo que consideró poco adecuado para el clima y los suelos cubanos, y cuya producción resulta más costosa que rentable para el Estado debido al uso de insumos importados, semillas y sistemas de conservación que históricamente han ocasionado grandes pérdidas, afirmó.
En lugar de ese tubérculo, el especialista propuso promover el consumo de viandas como la yuca, el boniato, la malanga o el ñame, cultivos mejor adaptados a las condiciones locales y con menor dependencia externa.
No obstante, esta recomendación choca con una realidad evidente para cualquier consumidor: ni la papa ni esas alternativas están disponibles de forma estable en los mercados agropecuarios del país.
Durante su intervención, Caballero también criticó el alto consumo de arroz en Cuba, al que definió como un hábito adquirido más que una tradición. A su parecer, este patrón puede ser modificado, particularmente en un contexto de escasez, donde cualquier producto que llegue a los puntos de venta acaba siendo aceptado por la población.
Las declaraciones no pasaron desapercibidas. En redes sociales, numerosos usuarios reaccionaron indicando que la propuesta desplaza el foco del problema hacia los consumidores, sin atender las causas estructurales que han llevado a la actual crisis alimentaria.
¿Entonces, no hay comida por culpa del pueblo?
Ninguna sociedad elige su dieta sin motivo. Los hábitos alimenticios no se forman solo por cultura o preferencia, sino por disponibilidad, acceso y precio. El arroz y la papa han tenido un lugar central en la mesa cubana por décadas no por abundancia, sino por sustitución: muchas veces, han sido lo único disponible para llenar el plato cuando desaparecieron la carne, la leche, el pescado, las frutas y otros alimentos que hoy son inaccesibles para gran parte de la población.
Plantear que el problema radica en lo que come la gente implica ignorar que millones de cubanos no han tenido la posibilidad real de elegir. No se trata de resistencia al cambio ni de apego irracional a ciertos productos, sino de supervivencia en un entorno caracterizado por bajos ingresos, inflación sostenida, desabastecimiento crónico y un sistema productivo que no puede garantizar la diversidad ni la estabilidad.
Tampoco se puede analizar la producción agrícola sin examinar las condiciones en las que trabaja el campo cubano: tierras improductivas, falta de inversión, escasez de combustible, impagos a los productores, control de precios y ausencia de incentivos reales para quienes laboran la tierra.
En ese contexto, culpar al consumidor por el fracaso del sistema resulta, al menos, irresponsable.
La lógica detrás de este tipo de argumentos plantea, además, preguntas inevitables: si falta comida, ¿es porque la gente consume? Si hay apagones, ¿es porque los ciudadanos encienden la luz? ¿Y si la contaminación avanza, es porque los cubanos respiran?
Reducir problemas estructurales complejos a conductas individuales no explica la crisis ni la resuelve. La seguridad alimentaria no depende de pedirle a una población empobrecida que cambie lo poco que tiene en el plato, sino de reconstruir un sistema productivo que pueda ofrecer alimentos suficientes, variados y accesibles.
Mientras eso no ocurra, la discusión sobre lo que deben o no deben comer los cubanos seguirá pareciendo menos una solución y más una forma de desviar la atención del verdadero problema: la falta de condiciones materiales para que, por primera vez en mucho tiempo, comer bien sea una opción y no un privilegio.