Fotografías: Jorge Luis Borges
Texto: Fede Gayardo
El 17 de diciembre es una de las fechas más emotivas del calendario religioso en Cuba. Este día, miles de devotos han peregrinado históricamente hacia el Santuario Nacional de San Lázaro, conocido como El Rincón. No se trata de una peregrinación común, sino de una procesión que encarna una fe profunda, promesas cumplidas y súplicas urgentes, donde se entrelazan el catolicismo popular y la espiritualidad yoruba, constituyendo una de las manifestaciones más evidentes del sincretismo religioso en la isla.
Durante décadas, esta imagen se ha repetido ritualmente: personas caminando descalzas, otras arrastrándose de rodillas o cargando piedras, vestidas con sacos morados o de yute; familias enteras avanzando en silencio o rezando en voz alta; velas encendidas, perros acompañando el trayecto como símbolo inseparable de San Lázaro y un flujo humano incesante que transformaba las carreteras y accesos a El Rincón en un río de devoción. La fe no conocía límite, distancia ni cansancio.


Sin embargo, este 17 de diciembre se siente distinto. Una fuente de Cuba Noticias 360 capturó el ambiente de la tarde de ayer, cuando en otros tiempos ya se observaba el movimiento de los fieles, con la siguiente frase: “Ya son las cuatro y media de la tarde y no está pasando casi nadie, la calle parece un día común; son muchas cosas: las guaguas, la pandemia y que llovió intensamente en La Habana; El Vedado tuvo áreas inundadas”.
Las razones son diversas y dolorosamente conocidas. La crisis del transporte, con guaguas escasas o inexistentes; el deterioro económico que limita incluso el traslado de los más devotos; el impacto residual de la pandemia, que aún deja su sello; y las lluvias intensas que inundaron zonas clave de la capital. A todo esto se suman los apagones prolongados, que complican la movilidad y la comunicación en una jornada que tradicionalmente inicia de madrugada.
Sin embargo, la fe no ha desaparecido. Según los testimonios y publicaciones en redes sociales, durante la noche y la mañana de hoy, efectivamente se registró la llegada de fieles al Santuario de El Rincón. Muchos acudieron de forma más discreta, sin procesiones masivas, pero con una clara intención: orar por Cuba y por todos los cubanos. Menos multitud, más recogimiento; menos ruido, más súplica.

En el contexto actual, las solicitudes cobran un significado especial. Cuba enfrenta una crisis sanitaria caracterizada por brotes de arbovirosis, como dengue y otras enfermedades transmitidas por mosquitos, en un sistema de salud dañado por la escasez de medicamentos, insumos y personal. A eso se le suma la precariedad económica, la inseguridad alimentaria y el desgaste emocional de una población que lleva años resistiendo.
Para entender la potente carga simbólica de esta fecha, es necesario considerar quién es San Lázaro. En la tradición católica popular cubana, se le relaciona con el Lázaro pobre y enfermo del Evangelio, cubierto de llagas y acompañado por perros, figura que simboliza el sufrimiento humano y la esperanza de redención. Es el santo al que se le intercede por salud cuando ya no queda nada más por pedir.
En la religión yoruba, San Lázaro se sincretiza con Babalú Ayé, un orisha fuerte vinculado a las pandemias, las enfermedades y, al mismo tiempo, a la sanación. Babalú Ayé castiga, pero también cura; prueba, pero protege. Es temido y venerado por igual, y su culto atraviesa generaciones, creencias y clases sociales en Cuba.


Por ello, pese a la escasez, los apagones y el agotamiento colectivo, el 17 de diciembre sigue siendo un día sagrado. No es únicamente una tradición religiosa: es un barómetro social. Cuando los cubanos se dirigen a San Lázaro o a Babalú Ayé, no solo suplican por una pierna enferma o una fiebre persistente; piden por medicinas, por alimentos, por estabilidad, por alivio y por un futuro.
La jornada dejará una certeza, y es la de que la fe en Cuba no se ha extinguido, a pesar de que muchas calles permanezcan oscuras. Las formas cambian, la multitud se reduce, pero el sentido permanece intacto. En un país donde la crisis permea la vida cotidiana, San Lázaro continúa siendo un refugio espiritual y un emblema de resistencia. Y mientras haya cubanos que caminen o recen desde casa pidiendo salud y un país mejor, esta tradición seguirá viva, sosteniendo la esperanza allí donde más se necesita.
