Los fundamentos ignorados que sostienen el sector turístico en Cuba

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Foto: Cuba Noticias 360

A las cinco de la mañana, mientras la ciudad aún reposa, Yanet aborda el ómnibus que la llevará, junto a un grupo de una veintena de trabajadores, a Varadero; un recorrido de casi dos horas hasta su empleo como camarera en un hotel de lujo donde el desayuno incluye frutas importadas, café gourmet y yogures europeos. “Preparo las habitaciones de quienes en una noche gastan lo que yo gano en un mes —comenta con una sonrisa fatigada—. No me quejo, pero mantener el entusiasmo se vuelve complicado cuando uno da tanto y recibe tan poco”.

Su relato es habitual en la Cuba turística, un sector que genera millones pero deja poco a quienes lo sustentan. Mientras el país se aferra al turismo como una tabla de salvación económica, los trabajadores de este ámbito enfrentan salarios bajos, condiciones laborales precarias y un acceso desigual a los beneficios del negocio.

El turismo se posiciona como uno de los pilares del Producto Interno Bruto (PIB) cubano. Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), más de 2.4 millones de visitantes internacionales arribaron a la isla en 2024, y se espera que se superen los tres millones a finales de 2025. No obstante, detrás de esas cifras se esconde una estructura laboral que perpetúa desigualdades.

La mayoría de los empleados en hoteles e instalaciones turísticas son contratados a través de empresas estatales intermediarias, las únicas autorizadas para colocar personal en cadenas extranjeras. Esto implica que, aunque los hoteles paguen en divisas por cada trabajador, el empleado percibe su salario en pesos cubanos, que muchas veces equivalen a menos de 20 dólares mensuales en el mercado informal.

“Es un sistema que niega cualquier incentivo real al esfuerzo —explicó a la prensa el economista Omar Everleny Pérez Villanueva—. El trabajador recibe sólo una fracción del valor que genera, lo que impacta directamente en su motivación y en la calidad del servicio”.

En el ámbito turístico, la desigualdad no se mide solo en pesos, sino también en propinas. Aquellos que tienen contacto con los visitantes, como recepcionistas o camareros, pueden recibir pagos directos, mientras que otros empleados del mismo hotel, como jardineros, cocineros o personal de limpieza, tienen acceso limitado a esta posibilidad.

“Las propinas son lo que mantienen mi presupuesto —confiesa Luis Miguel, animador en un resort de Cayo Santa María—, pero dependen del cliente, de la temporada y hasta del idioma. Los que dominan el inglés o trabajan con canadienses suelen ganar más”.

Esta desigualdad interna crea un microcosmos de clases dentro del hotel, donde algunos acceden a divisas y otros subsisten con un salario simbólico. La brecha se amplía respecto a los trabajadores del sector privado: choferes, guías turísticos o propietarios de hostales, que operan de manera independiente y tienen ingresos considerablemente más altos.

Los extensos horarios, el mal estado del transporte y la falta de incentivos agravan la situación. “Salgo de casa al amanecer y regreso a las ocho de la noche. Si pierdo el transporte, no tengo cómo regresar. A veces, ni tiempo me queda para estar con mis hijos”, lamenta Yanet.

Un informe de la OIT sobre empleo decente en el Caribe (2023) advirtió que el turismo cubano enfrenta altos niveles de rotación laboral debido a la insatisfacción con los salarios y las condiciones laborales. Sin embargo, los espacios para la queja o la negociación son limitados. Los sindicatos oficiales existen, pero no median en conflictos salariales ni garantizan derechos básicos, un secreto a voces en el sector.

La precariedad no es el único desafío. El turismo cubano arrastra sesgos de género y raza que afectan el acceso a ciertos puestos. Las mujeres predominan en roles de servicio —limpieza, atención al cliente—, mientras que los hombres ocupan más posiciones técnicas o de mantenimiento.

En paralelo, el Estado continúa destinando recursos a la expansión hotelera —más de 3,000 nuevas habitaciones construidas en los últimos tres años—, incluso en medio de la grave crisis energética y alimentaria que afecta a la isla. Para muchos economistas, el modelo turístico cubano se asemeja a un espejo invertido: cuanto más brilla hacia afuera, más sombras proyecta hacia adentro.

Los trabajadores son conscientes de esa contradicción. “Uno observa cómo llegan los contenedores de comida importada para los hoteles, mientras que en la bodega de tu barrio no hay ni aceite —comenta Luis Miguel—. Es angustiante sentir que trabajas en el lujo, pero vives en la escasez”.

El turismo en Cuba fue concebido como una vía de ingresos para sustentar el sistema social, pero con el tiempo ha derivado en un espacio de exclusión económica y desigualdad simbólica. Los beneficios se concentran en empresas estatales y socios extranjeros, mientras el trabajador promedio apenas logra subsistir.

“Si el país desea que el turismo sea motor de desarrollo, primero debe garantizar que lo sea para su gente —afirma Everleny Pérez—. No hay industria próspera sin trabajadores dignificados”.

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