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Ante las ráfagas de viento que amenazaban con causar estragos, miles de campesinos cubanos optaron por refugiarse en su propio resguardo: el varentierra. Esta construcción, de origen humilde, ha salvado vidas a lo largo de generaciones. El varentierra no solo ofrece una solución práctica contra los ciclones tropicales, sino que se erige como un símbolo de la resistencia y adaptabilidad de las comunidades rurales en Cuba.
El varentierra, que en sus comienzos se conocía como rancho de vara en tierra, nació como un refugio improvisado para proteger a los campesinos del clima adverso. Su estructura simple, construida con materiales locales como madera, guano y tierra, permite una rápida edificación y brinda una notable resistencia ante los vientos huracanados. Con el paso del tiempo, su eficacia lo convirtió en una opción habitacional permanente en muchas áreas rurales, especialmente en zonas vulnerables a fenómenos meteorológicos extremos.
Estas estructuras singulares se distinguen por su perfil bajo, techos inclinados y paredes flexibles que ayudan a disipar la fuerza del viento, lo que les permite mantenerse en pie cuando todo a su alrededor queda destruido.
La persistencia del varentierra en el paisaje rural cubano se debe no solo a razones económicas, sino también a la confianza que los campesinos tienen en su efectividad. En contextos donde las evacuaciones pueden ser complicadas o donde las viviendas modernas no ofrecen suficiente protección, el varentierra se presenta como una opción lógica y profundamente arraigada culturalmente.
La tradición de enfrentar huracanes en Cuba se vio institucionalizada con la fundación de la Defensa Civil en 1966. Esta entidad se encarga de coordinar evacuaciones, proteger infraestructuras y organizar la recuperación tras eventos meteorológicos. Junto al Instituto de Meteorología, establecido en 1965, se ha promovido una cultura de prevención mediante ejercicios anuales como Meteoro, realizados en escuelas, centros laborales y comunidades.
Desde 1791, año en que comenzaron los registros, más de 200 ciclones tropicales han azotado el archipiélago cubano. Entre ellos, el huracán Flora en 1963, que dejó más de 1,200 víctimas fatales, marcó un antes y un después en la política de prevención. Desde entonces, fenómenos como Michelle (2001), Wilma (2005) e Irma (2017) han puesto a prueba la capacidad de evacuación masiva, con cifras que a veces superaron los 700,000 evacuados.
Más allá de la efectividad de los planes de prevención elaborados por el país para enfrentar catástrofes de esta índole, el varentierra sigue siendo el refugio de miles de familias campesinas. No es simplemente una construcción funcional; también es una manifestación de la arquitectura popular cubana. Su existencia refleja una conexión profunda entre el ser humano y su entorno, donde la sabiduría ancestral se convierte en una herramienta de supervivencia. En un país vulnerable a los ciclones, esta edificación representa una respuesta local, económica y culturalmente relevante.
En un contexto donde el cambio climático intensifica los fenómenos meteorológicos y los recursos escasean cada vez más en Cuba, el varentierra surge como un ejemplo de resiliencia y conocimiento popular.



