Foto: Wikipedia
El 5 de agosto de 1994, La Habana tembló. No fue un huracán ni un derrumbe, sino una multitud cansada que se lanzó al Malecón con más rabia que miedo. Fue la manifestación más significativa en Cuba desde 1959. Un grito colectivo en medio del silencio impuesto por un gobierno que, desde entonces, solo ha cambiado de rostros, no de métodos.
El país estaba al borde del colapso. El llamado «Período Especial» golpeaba con fuerza: no había comida, medicamentos, ni electricidad. La frustración se desbordó y miles descendieron por la céntrica calle Galiano, rompieron escaparates y se enfrentaron a la policía. Algunos buscaban huir, otros querían cambiarlo todo. La periodista cubana Yoani Sánchez narra con precisión en su perfil de Facebook: “Gente con gesto desesperado y cuerpo enflaquecido clamando por una salida”.
La respuesta fue la habitual: represión. Rolando Nápoles, entonces reportero en Cuba, recuerda en una entrevista para Telemundo 51: “Yo vi por primera vez a soldados cubanos con escudos”. A su lado, Oscar Suárez, también periodista en ese momento, fue testigo de cómo la policía apuntaba con armas de fuego a la multitud. “A los ancianos los lanzaban a la cama del camión”, relata.
Aquel día, Fidel Castro apareció. Se adentró entre la multitud y habló de “derrotar a los apátridas”. Poco después, abrió las fronteras. Miles se lanzaron al mar en balsas improvisadas. Nació así la «Crisis de los Balseros», una válvula de escape ante la presión de un país al borde de estallar. La represión se disfrazó de gesto humanitario, y el sistema ganó tiempo.
Más de tres décadas después, las heridas siguen abiertas. De hecho, el 11 de julio de 2021, el grito volvió a resonar. Esta vez no solo en el Malecón, sino en toda Cuba. Miles exigieron libertad mientras Miguel Díaz-Canel pedía a sus seguidores que enfrentaran a los “contrarrevolucionarios”. Al igual que en 1994, la represión fue brutal, y como entonces, el gobierno echó la culpa al embargo y no a su propio desgaste.
Sin embargo, el contexto ha cambiado. “En 1994 no había redes sociales”, recuerda el historiador Michael Bustamante. “En 2021, la chispa se encendió y se propagó por todo el país en minutos”. La tecnología rompió el cerco informativo. Ya no es tan sencillo silenciar una revuelta ni borrar las pruebas.
La comparación entre el Maleconazo y el 11J es inevitable. Ambos fueron actos espontáneos, nacidos de la desesperanza. Pero el escenario político es diferente. “Fidel tenía un peso histórico que Díaz-Canel no posee”, advierte Bustamante. Y el margen de maniobra del gobierno hoy es mucho más estrecho. La represión ya no se oculta: se exhibe y se denuncia en todas las plataformas.
El 5 de agosto de 1994 no fue un accidente. Fue un síntoma. Un país desbordado que, 31 años después, sigue buscando salidas entre ruinas y discursos vacíos. El Maleconazo no fue solo una protesta; fue un verdadero parteaguas.