Recuerdos de los 90: Las inusuales «colecciones» de los niños en Cuba.

Lo más Visto

Foto: CN360

Casi 30 años más tarde, el recuerdo perdura en la mayoría de las familias cubanas: libros, cuadernos y libretas transformados en álbumes que se llenaban, poco a poco, de etiquetas, envoltorios de colores vibrantes, estuches, calcomanías… indicios de un mundo de consumo, insospechado hasta entonces, que empezaría a abrirse para los cubanos a partir del Período Especial, ese eufemístico término que se le asignó a la crisis económica de los años 90.

Sin acceso a juguetes atractivos ni golosinas, en medio de apagones y escasez general, los niños de esa época desarrollaron una práctica rica en simbolismo: las “colecciones”, una suerte de arqueología infantil, un método para acercarse, a través de pequeños objetos, a un universo prohibido y fascinante: el del exterior y de las recién inauguradas tiendas en dólares.

Los elementos que se incluían en las colecciones no tenían valor por su funcionalidad, sino por su origen. Era frecuente encontrar álbumes repletos de etiquetas de chicles estadounidenses, papeles brillantes de chocolates, envoltorios de dulces desconocidos, frascos de perfume vacíos o bolígrafos de colores difíciles de imaginar. Cualquier niño que tuviera un familiar en el extranjero o a alguien que comprara en las tiendas de divisas se convertía automáticamente en una inestimable fuente de tesoros.

Estos objetos, a menudo considerados triviales en otros entornos, se admiraban como reliquias y los niños los intercambiaban en la escuela o en sus barrios con la misma seriedad con la que los adultos comerciaban en el mercado negro.

El fenómeno trascendía más que una mera moda infantil: era el reflejo más agudo de una sociedad marcada por la escasez, donde todo lo extranjero adquiría un halo de lujo y misterio. En un país donde la televisión apenas proyectaba unos pocos dibujos animados rusos o cubanos, y donde la mayoría de los juguetes eran de producción nacional y de baja calidad, cualquier fragmento “de afuera” se convertía en símbolo de modernidad.

Las tiendas en dólares, abiertas tras la despenalización de la divisa en 1993, presentaron en Cuba productos que hasta ese momento eran imposibles de obtener; sin embargo, el acceso a ellos no era universal: solo quienes recibían remesas o tenían familiares en el extranjero podían adquirirlos. Así, las colecciones también evidenciaban una división social incipiente, que se profundizaba incluso entre los niños.

En las aulas y durante los recreos, el estatus comenzaba a medirse por la cantidad y calidad de objetos que cada uno podía exhibir, convirtiendo las colecciones en un capital simbólico: indicaban quién eras, de dónde venías, qué conexiones tenías.

Tampoco faltaba la dosis de ingenuidad infantil, ya que los propietarios inventaban relatos alrededor de sus colecciones, las clasificaban cuidadosamente, las organizaban en cajas de zapatos o carpetas decoradas, y las canjeaban o preservaban dependiendo, también, del valor sentimental que tuvieran.

Lejos de aquellos tiempos de asombro, los niños actuales en Cuba enfrentan nuevos retos y han encontrado otras formas de conectar con el mundo, pero quienes vivieron su infancia en los 90 recuerdan vívidamente esos años en que un simple sobre de té importado o un papel de chicle podían despertar la fantasía.

Más que un simple pasatiempo, las colecciones constituyeron una expresión espontánea de una generación que, en medio del aislamiento, halló formas de soñar y crear significados; una poderosa forma de resistencia simbólica que, para los cubanos, se ha convertido en una estrategia de supervivencia.

Más Noticias

Últimas Noticias