Sabadazo: el programa que necesita la televisión cubana.

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Foto: RRSS

En los momentos más difíciles del conocido Período Especial, cuando la economía cubana enfrentaba su peor crisis, apareció en la televisión nacional un programa que devolvió la alegría al pueblo cubano, transformando las noches de sábado en una celebración familiar: Sabadazo, el rey del fin de semana.

Este programa, que combinaba sketches cómicos, entrevistas y espectáculos musicales, no solo conquistó las audiencias, sino que también se ganó un lugar especial en la memoria colectiva. Hoy, décadas después de su salida de la programación televisiva, ningún otro show de sábado por la noche ha logrado llenar el vacío que dejó, ni en popularidad ni en impacto cultural.

Sabadazo nació como una ambiciosa propuesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) para revitalizar el entretenimiento nacional. En el complicado contexto de los años 90, el programa irrumpió con un lenguaje fresco, una estética cuidada y un ritmo dinámico que desafiaba la seriedad que habían tenido producciones anteriores.

Bajo la magistral conducción de Carlos Otero, Sabadazo logró un balance excepcional entre el humor y la música, entre la risa ligera y la crítica social sutil. Esta singular combinación fue clave para su éxito, en gran parte gracias a la constelación de artistas que se unieron al proyecto.

En el programa se reunieron varios “monstruos” de la risa, como Osvaldo Doimeadiós, creador de Margot y Feliciano; Ulises Toirac, quien dio vida a Matute, Liudmila y Teo Manguera; Geonel Martín, conocido como Gustavito y Maricusa; Ángel García, el “papá” de Antolín el Pichón y La Pía; Conrado Cowgley, quien se hizo más conocido como Boncó Quiñongo; y Carmita Ruiz, en el papel de Teresa Prieto.

El plató de Sabadazo recibió a las mejores orquestas del país de esa época, entre ellas, Los Van Van, NG La Banda, Charanga Habanera, Adalberto Álvarez y su Son, Manolín, el Médico de la Salsa, y Dan Den, quienes aportaron su música y se esforzaron por contener la risa mientras los actores se lucían.

Sabadazo fue, en esencia, un reflejo del país. No pretendía enseñar ni dar lecciones; ofrecía una válvula de escape, un respiro semanal que conectaba con lo mejor del humor local y la música bailable.

El programa también se benefició de un momento único en la historia de los medios en Cuba, cuando la televisión estatal aún mantenía el monopolio en la oferta cultural y el acceso a otras plataformas era limitado. Así, la noche del sábado se convirtió en una cita casi obligada en hogares, barrios e incluso hospitales y humildes bares.

El final de Sabadazo, sin embargo, fue tan abrupto como desconcertante. Aunque no se ofreció una explicación oficial clara —las razones variaron entre “reestructuraciones internas” del ICRT y supuestas diferencias editoriales—, su salida dejó un vacío que aún no ha sido llenado.

Desde entonces, varios intentos han buscado ocupar su lugar, con programas que han intentado replicar el formato “sabadacero”, pero ninguno ha alcanzado esos niveles de audiencia.

Parte del problema, según especialistas y espectadores, radica en que la fórmula del éxito de Sabadazo era irrepetible, ya que respondía a una época y un lenguaje televisivo que ha ido declinando frente a la llegada de Internet, el auge de las redes sociales y el consumo audiovisual a demanda.

Tratar de reproducir sus códigos hoy podría verse como un gesto nostálgico o, peor aún, como una parodia forzada. La televisión cubana, atrapada en modelos institucionales rígidos, ha perdido gran parte de su atractivo, especialmente entre los jóvenes, que ahora se enfocan en plataformas digitales donde el humor es más crudo, directo y sin censura.

A pesar de todo, el recuerdo persiste. En canales de YouTube y grupos de Facebook dedicados a la nostalgia televisiva cubana, circulan fragmentos antiguos del programa.

Hoy, Sabadazo se ha convertido en un símbolo de lo que una vez fue posible en la televisión cubana. Su legado evidencia la pérdida de un espacio de entretenimiento inteligente y popular, y el progresivo debilitamiento de un medio que antes estaba presente en la vida cotidiana del país. En una época donde las pantallas se multiplican y el contenido es abundante, el verdadero desafío no es solo llenar un horario, sino reconectar con la gente de la misma manera que lo hizo Sabadazo.

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