Texto: Hugo León
Foto: Archivo CN360
Donald Trump ha fundamentado gran parte de su carrera política en un discurso vehemente contra la inmigración. Desde su primer mandato en 2016 hasta su regreso a la presidencia en 2025, sus propuestas han abarcado desde la construcción de muros hasta el cierre de vías legales de entrada al país, así como la deportación masiva de migrantes en EE.UU.
El mensaje es explícito: menos inmigrantes, más restricciones y menos facilidades para quienes buscan en Estados Unidos un nuevo comienzo.
Sin embargo, la ironía histórica es considerable. Si las normativas que hoy defiende Trump hubieran estado vigentes hace un siglo, es probable que él no siquiera hubiera sido ciudadano estadounidense, y mucho menos llegado a la Casa Blanca.
De hecho, no solo él, sino que ni sus abuelos o su madre habrían podido acceder a la ciudadanía estadounidense.
Un abuelo inmigrante
La historia familiar de Trump tiene su inicio, como la de millones de estadounidenses, en un barco. En octubre de 1885, Friederich Trump, su abuelo paterno, llegó a Estados Unidos procedente de Alemania. Tenía apenas 16 años y, según los registros históricos, ingresó sin documentos oficiales en busca de oportunidades.
Friederich se estableció primero en Nueva York, donde fue acogido por su hermana, y luego se trasladó a la costa oeste, donde trabajó como barbero y más tarde abrió restaurantes y hoteles para los buscadores de oro. Su camino hacia la nacionalización fue relativamente sencillo: bastaba con residir en el país durante siete años y demostrar “buen carácter”.
Si las políticas actuales de Trump hubieran estado en vigor en ese entonces, su abuelo habría sido inadmisible por ingresar sin documentación, y su posterior solicitud de ciudadanía probablemente habría sido rechazada por evadir el servicio militar en su país de origen, lo cual suele ser motivo de inadmisibilidad o deportación en los sistemas migratorios modernos.
Incluso, cuando Friederich intentó regresar a Alemania en 1905, las autoridades germanas le negaron la entrada y le retiraron la ciudadanía, acusándolo precisamente de evasión militar. Al regresar a Nueva York, continuó construyendo el patrimonio que años después serviría como cimiento del imperio inmobiliario de su nieto.
La madre de Trump: otra inmigrante en su árbol genealógico
La historia no se detiene ahí. La madre de Donald Trump, Mary Anne MacLeod, también fue inmigrante. Nació en Escocia y llegó a Estados Unidos en 1930, con 50 dólares en el bolsillo y la clara intención de establecerse en la tierra de las oportunidades.
Trabajó como empleada doméstica en Nueva York y, tras un breve regreso a su país, regresó a Estados Unidos en 1934 con un permiso de reingreso. Según los criterios migratorios actuales defendidos por su hijo, es probable que su caso hubiera enfrentado serias dificultades, especialmente si se consideraba que su intención inicial era emigrar de forma permanente sin cumplir con los requisitos establecidos.
Las historias de su madre y su abuelo son tanto representativas como contradictorias. Ambos llegaron en momentos en que la política migratoria estadounidense era más flexible, lo que les permitió asentarse, trabajar y construir el futuro familiar que, generaciones después, permitió a Trump nacer como ciudadano y eventualmente ser presidente.
Adicionalmente, su interés en eliminar el derecho de nacionalidad por nacimiento a los hijos de migrantes le quitaría totalmente a Trump la ciudadanía que actualmente posee.
Las políticas de Trump, aplicadas al pasado: ¿hubiera nacido en Estados Unidos?
Estados Unidos es y siempre ha sido una nación forjada por inmigrantes. La historia de los Trump no es la excepción, sino la regla. Los migrantes, como el joven alemán Friederich o la escocesa Mary Anne, llegaron con poco, trabajaron arduamente y, en muchos casos, transformaron su destino y el del país que los acogió.
Ignorar ese legado, o peor aún, intentar eliminarlo del discurso político traiciona la esencia de lo que ha hecho grande a Estados Unidos.
Volviendo a la pregunta, la respuesta es bastante sencilla: bajo los principios de tolerancia cero, restricción de reunificaciones familiares, eliminación de programas humanitarios y mayores filtros de admisión que Trump ha promovido, es razonable suponer que ni su abuelo ni su madre habrían logrado establecerse en Estados Unidos. Sin ellos, Donald Trump no habría nacido en Nueva York en 1946, no tendría ciudadanía estadounidense y, por ende, jamás habría podido ser presidente.
La paradoja es tan evidente como incómoda. El hombre que aboga por cerrar puertas, levantar muros y endurecer los procesos migratorios es, él mismo, un fruto directo de la flexibilidad y apertura que Estados Unidos ofreció a millones de migrantes en el siglo pasado.