Foto: Iván Fariñas | Facebook
Texto: Michel Hernández
Los símbolos, en ocasiones, tienen un peso significativo. Una historia, una palabra al azar, una cita inconclusa, una llamada sin respuesta, una frase en cualquier lugar. La más sutil expresión en la vida puede adquirir tal valor sin que lo percibamos o lleguemos a imaginarlo.
Los símbolos, a veces, también nos sobrepasan. Este ha sido el caso de Iván Fariñas, quien falleció el 20 de mayo a los 75 años, en el silencio reservado a quienes navegan por los márgenes de la ciudad, del arte y de la vida.
Su última publicación en Facebook resultó profética: “Vendo esta guitarra marca ESGLE 24 trastes, diapasón ébano, brazo de maple, 2 humbuckers, con Floyd Rose,… Llámame al fijo”.
Iván decidió vender su guitarra. ¿Qué mejor (o peor) símbolo podría representar un anuncio así? El guerrero se despoja de su instrumento, de algún modo también despojándose de la vida. Días después, la muerte llegó a él. La segunda muerte. La primera fue el olvido.
Una entrevista inconclusa al rockero cubano
En la primera década de este siglo, Iván apareció en el lobby del diario Granma. Con su cabello canoso cayendo sobre su espalda, un pulóver negro desaliñado de una banda de rock y unos pantalones que se confundían con su piel. Las miradas no se apartaban de él. Estaba ahí, en un lugar donde nadie esperaba verlo. Llegó después de una conversación telefónica el día anterior. Se sentó como un rey en un cómodo sofá. Fui a buscarlo, me abrazó y agradeció en voz alta. Las miradas se afilaban sobre aquella figura poco común para esos tiempos en la redacción.
Algunos ya sabían que aquello se trataba de un acto de justicia, y lo saludaron con amabilidad, superando la incredulidad inicial.
En el elevador coincidió con el entonces director del diario, quien no se sintió del todo cómodo con las bromas del veterano rockero, pero no hizo pregunta alguna. Siguió su camino hacia el fondo de la oficina y luego ambos continuamos hacia un piso más arriba, donde hablé con Iván durante casi dos horas en una vieja silla del departamento de cultura.
En los días siguientes, hablamos frecuentemente por teléfono sobre la charla, sobre la entrevista, sobre aquel hombre que lo observaba en el elevador y me preguntaba si creía que podría aparecer en Granma. Le aseguré que sí, que se olvidara de cualquier preocupación. La entrevista nunca se publicó. No fue censurada, ni nadie preguntó sobre Iván o la conversación.
No se publicó porque en ese momento no supe valorar la trascendencia del músico; creí que había ajustado sus palabras para que pudieran ser publicadas en Granma. No entendí que no lo necesitaba, que lo que realmente me interesaba era la sustancia oculta detrás de lo que no me dijo. Su propia historia. Sin matices.
Durante semanas, reservaron una página completa para la entrevista. Pero yo fui el censor de Iván, porque quise escuchar de su voz un relato que todos conocíamos, pero que él «corrigió» para poder vivir la ilusión de que los cubanos lo leyeran y lo reconocieran más allá de los círculos del infierno del rock and roll. Una necesidad lógica después de tantos años luchando por el rock cubano sin apenas visibilidad ni reconocimiento.
Años después, tomé algunas declaraciones sobre el concierto de los Rolling Stones en Cuba que sí fueron publicadas junto a otros testimonios del rock cubano. Tras su muerte, cuya causa no se especifica, pero que todos conocemos, revisé el correo y encontré algunas respuestas que habían estado durante 18 años en mi buzón, relacionadas con aquella entrevista en la que fui censor de un músico que resumía en su carrera la historia del rock cubano. Un pionero en el género que fundó Viento Solar, su banda, que el próximo junio cumpliría 60 años en la carretera.
¿Cómo fueron los inicios de Viento Solar con sus primeros integrantes?
“Viento Solar comenzó un 22 de junio, en uno de mis cumpleaños. Los primeros miembros de esa avalancha de músicos fueron Ricardo, conocido como “el cundo” en el bajo; Alberto Alfonso en la batería y yo cantando y tocando la guitarra prima; luego entró Luis, apodado “el Pussy” como cantante.
La verdadera banda fue la que comenzó a ensayar en un sótano que era un CDR de cuadra, ubicado en Genios entre San Lázaro y Malecón. Los ensayos duraron hasta la inauguración del Festival de La Juventud y los Estudiantes de 1978; después comenzamos a ensayar en casa de mi madre (la profesora de piano Cecilia Aramí de Armas Jiménez), que es mi hogar hoy, con los integrantes fijos: Miguel Izquierdo en el bajo, Juan Frau Abruñedo en la batería, y yo en la guitarra líder y cantando.
Con esta formación estuvimos en La Zorra y el Cuervo durante todo 1978; a finales de ese año, fuimos a tocar para la recién fundada provincia Granma, donde, según los funcionarios de la provincia, necesitaban un grupo de rock de verdad.
¿Cómo crearon las condiciones para formar una banda de rock en los años 70?
Primero, teníamos todo lo necesario: amigos técnicos que conocían de electrónica y pudieron construir los equipos a partir de planos, ya que las piezas se vendían sueltas, y la determinación de construir bafles con lo que encontrábamos.
Recuerdo que tenía una receta para una desviación de columna, y la madera que era para ayudar a mi salud la utilicé en la construcción de esos bafles.
En cuanto a las cuerdas para las guitarras, utilizábamos cables de teléfonos soviéticos, y así creábamos cuerdas de acuerdo a su calibre, excepto las más gruesas, que encargábamos a artesanos.
Las guitarras las adquiríamos de diversas procedencias; un gran ejemplo es que yo tenía una Gibson Les Paul Junior del año 58, que mi madre me compró cuando yo tenía 16 años. Esa guitarra me hizo famoso porque era muy raro ver ese modelo en Cuba.
Con la batería fue lo mismo. Era un viejo instrumento que con el tiempo mejoramos; realmente, quien más nos ayudó fue mi madre.
¿Cómo recuerdas el contexto social y musical en el que nació Viento Solar?
“Viento Solar nació en un barrio que no tenía nada que ver con lo que se consideraba música moderna en aquel momento. En el barrio de Colón, donde ensayamos todavía, es más probable que convenza una guaracha, un son o una rumba que lo que nosotros tocamos. No era lo mismo hacer rock en el Vedado o Miramar que donde se desarrolló y todavía se desarrolla Viento Solar.”
¿Cómo has percibido la evolución del rock cubano?
“Ha evolucionado y se ha modernizado, ya contamos con una empresa para músicos dedicada al género, hay rockeros en instituciones culturales diseminados en todo el país, y con cada día que pasa nos adentramos más en un mundo cultural global muy diverso, que a veces asusta, pero creo que pronto tendremos bandas a niveles astronómicos.
En Cuba, existen más de 10 vertientes rockeras diferentes que derivan de un mismo núcleo, y dentro de cada vertiente es complicado encontrar una representada por un solo grupo, ya que tenemos subgéneros que son defendidos por más de 10 bandas en el país.”
¿Cuáles crees que sean las dificultades para el desarrollo de las nuevas bandas?
“Las dificultades dependen principalmente de la falta de locales para ensayar, instrumentos y espacios para cada una de ellas, o al menos un espacio para cada subgénero. Creo que el problema fundamental es crear en el ciudadano medio costumbres auditivas hacia este tipo de concepto cultural que en su mayoría no entienden.”
¿Piensas que los grupos logran tener una identidad propia?
“Generalmente, la gente joven se aferra a lo que ve en videos que llegan del exterior y trata de replicar lo mismo o algo similar; creo que siempre hay que comenzar por algo.
Sin embargo, con los músicos que toco, que son jóvenes, ya poseen un sentido de autonomía respecto a lo que ven y oyen, y no glorifican la actividad que promueven esos modelos foráneos.
Ya no es como antes, cuando no se veía a las bandas. Ahora, al poder verlas, critican, y desde mi perspectiva, eso contribuye a crear una superestructura rockera nacional que genera sus propias características individuales, creativas y talentosas, buscando el camino que más conviene a cada uno.
Creo que esto es lo más adecuado para forjar un síndrome nacional del que pueda surgir el verdadero y más sustancial rock cubano, que es, al fin y al cabo, lo que a todos los cubanos nos beneficia. Antes no teníamos fútbol, lo mismo pasa con el rock, que es parte de la cultura masiva internacional, y si lo ignoramos, quedamos fuera del juego.”
¿Recuerdas cuáles han sido los eventos del mundo del rock, tanto nacionales como internacionales, que más impacto han tenido a lo largo de tu carrera?
“Recuerdo la primera guitarra eléctrica que toqué en mi vida, el 20 aniversario de la muerte de Lennon y, a la vez, la actividad que realizamos en su memoria en la tribuna antiimperialista junto a lo mejor de la música nacional dentro de sus seguidores.
Me dolió mucho la muerte de Elvis; recuerdo la invitación que recibimos para la fiesta del milenio, que realizamos junto a Orishas en la Plaza Menocal de Arroyo Naranjo con más de 90,000 personas de público, y guardo con cariño el momento en que me convertí en miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), siendo yo el primer rockero ortodoxo en formar parte.
Recuerdo con aprecio, ya que había otros rockeros pero no de mi tipo; ya llevaba 28 años tocando rock y 20 como compositor reconocido.”
¿De dónde saca la vitalidad Iván Fariñas para seguir al frente de una banda de rock?
“Eso de poeta, músico y loco me queda muy bien, porque para esto no hay nadie más apasionado que yo; si volviera a nacer, quisiera ser rockero de nuevo, pero con menos bloqueos, ya que, además del de EE.UU., tenemos el de ser incomprendidos hasta cierto punto.
Nosotros sabemos que en la dirección de la revolución hay quienes nos entienden, también sabemos que en los márgenes somos incomprendidos, y aunque intentemos actuar con humor, para algunos, jamás seremos aceptados.”