Foto: Jorge Luis Borges
Un nuevo apagón en Santiago de Cuba llevó a la suspensión temporal de un concierto del reguetonero Yomil, lo que reavivó el debate sobre la fragilidad del sistema eléctrico nacional y su efecto directo en la vida cultural del país. El corte se produjo durante la actuación nocturna del artista y fue registrado en un video compartido por el periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada.
En cuestión de segundos, lo que debió ser un momento de euforia se convirtió en un crudo reflejo de la precariedad que enfrenta la isla. Este incidente no es un caso aislado, sino parte de una serie de interrupciones que ya han impactado presentaciones de artistas como Ivette Cepeda, Frank Delgado, Cándido Fabré o la emblemática Orquesta Aragón.
Asimismo, estos incidentes confirman que la crisis energética que afecta al país desde hace meses no se limita a la vida doméstica o al ámbito industrial. La cultura, como espacio simbólico y emocional, también está siendo severamente golpeada. En ciudades como Santiago, la falta de electricidad no hace distinciones entre hospitales, fábricas y mucho menos entre tarimas.
El caso de Yomil es especialmente significativo. No solo por su popularidad entre los jóvenes, sino por su posición ambivalente en el espectro político-cultural cubano. No se ha declarado opositor, pero tampoco se adhiere ciegamente a la narrativa oficial.
No es casual que figuras como Yomil o Yulien Oviedo hayan sido invitadas por instituciones oficialistas para debatir sobre el papel del reparto en la sociedad cubana. En un giro estratégico, el régimen intenta apropiarse del fenómeno urbano que durante años fue descalificado, incorporándolo a su aparato de legitimación ante una juventud cada vez más distante del discurso revolucionario.
El contraste es evidente. Lo que antes era estigmatizado como vulgar y «ajeno a la identidad nacional», ahora es promocionado desde altos círculos culturales. Voces como la de Lis Cuesta, esposa del presidente cubano Miguel Díaz-Canel, abogan ahora por “apropiarse culturalmente” de este género y sus intérpretes. El problema es que ni la propaganda puede iluminar una tarima a oscuras.