Fotos: Joaquín Betancourt Jackman | Facebook
Texto: Michel Hernández
Joaquín Betancourt Jackman es uno de esos artistas de los que cualquier país estaría orgulloso de contar en sus filas. Este músico, con más de 50 años de trayectoria, ha creado una obra tanto para él como para los demás, cuyos resultados son palpables en la formación de nuevas generaciones y en la historia de la música popular cubana y el jazz. Lo ha hecho con discreción, como si buscara pasar desapercibido para que solo prevalezcan sus contribuciones, sus aportes y su labor en la construcción de ese vasto y reconocible universo musical cubano que es hoy.
Maestro, director de orquesta, violinista y productor musical, Joaquín fue el fundador de la orquesta Opus 13 en la década de 1980, creó una banda de jazz hace más de 15 años para revelar los secretos y complejidades de esta disciplina a los jóvenes instrumentistas, y ha ayudado a perfilar las carreras de artistas que con el tiempo se convirtieron en estrellas de la música y cultura cubanas. Estos son solo algunos de los méritos del Maestro, como lo llaman en el gremio, que, en resumen, manifiestan que es una de las voces más autorizadas en la música cubana. Es, sin duda, una institución en sí misma.
Premio Nacional de la Música, Joaquín afirma que vive “en una pecera”, y que se siente “bien de ánimo y salud” a pesar de la difícil situación del país. En “la pecera”, que puede referirse a su hogar o a nuestro país, continúa creando, dando forma a sus proyectos musicales y reflexionando sobre el presente y futuro de la disciplina a la que ha entregado su talento, su vida y la mayor parte de sus 73 años.
“Estoy en una etapa muy reflexiva en relación a mi entorno y realidad, aunque a veces me resulta incómoda. Me siento como un gran espectador o testigo de un proceso muy complicado en la vida de este pueblo. Y eso no tiene que ver con edades, tiempo o generación, sino con el estado de la pecera donde vivo”, comenta Joaquín en una entrevista con este redactor.
¿Cómo músico, profesor y director le ha afectado la crisis económica que vive el país?
“Por supuesto que sí, y mucho más de lo que normalmente se percibe; está claro que la sobrevivencia es un asunto prioritario para cualquier nación en tiempos de severas crisis. Pensar en la comida, la ropa, la salud y la vivienda son cuestiones vitales, pero además de vivirlo en carne propia, el ver sufrir a tu gente como artista te inflige una severa agresión al espíritu y a tu sensibilidad, a veces de manera silenciosa, pero brutal. Todo esto guarda una estrecha relación con los modos de creación, los lenguajes y maneras de hacerlo”.
¿Podría parecer una frase al uso, pero cree que la cultura y la música podrían aliviar la situación en la isla?
“La cultura puede hacer muchas cosas, al igual que la música; a través de la historia se ha demostrado, pero me refiero a la cultura en su esencia, no como una cortina que oculta otras intenciones alejadas de ella y beneficios que esconden intereses mucho más allá que culturales.
Cuando la música y la cultura, en general, no se utilizan con fines que se aparten de su verdadero origen y papel; cuando sirven para unir pueblos y naciones, y posiciones encontradas en un sentido espiritual, tanto la una como la otra pueden lograr cosas inimaginables”.
Ya lleva más de 50 años de trayectoria profesional. ¿Qué le queda por hacer?
“Es cierto que he trabajado mucho durante más de 50 años, he realizado diversas cosas en la música y todas, absolutamente todas, me han aportado mucha experiencia y satisfacción; pero también, sin quererlo, he perdido mucho tiempo, como muchos músicos de mi generación y de generaciones posteriores, que hemos sido víctimas o materiales de ensayo de muchos experimentos erróneamente aplicados al sistema musical en Cuba.
A pesar de todo, me quedan muchas ganas de seguir contribuyendo a la música de Cuba; mi prioridad ahora es buscar nuevos horizontes, nuevos saberes y experiencias a través de colaboraciones internacionales. Entre las cosas que no me había dado cuenta es que soy, como todos, un artista nacido en Cuba para el mundo; no puedo quedarme en un conformismo local, también tengo el derecho de “abrirme al mundo y que el mundo se abra a mí”.”
¿Si pudiera volver al pasado, qué hubiera hecho de otra forma?
“Generalmente, estoy satisfecho y orgulloso de lo que he hecho y logrado. Me hubiera gustado tener la oportunidad de mejorar algunas cosas. La vida es un proceso largo de aprendizaje y lo que has hecho a lo largo de ella, aceptable o no, es parte de un trayecto que debes recorrer; es la clase que te pertenece, el aula que te tocaba, el maestro y la escuela que elegiste; solo lamento no haber logrado entenderme mejor con algunas personas cuyos modos de pensar y visiones de la vida me interesaban”.
¿Qué exigencias particulares le ha llevado su trabajo al frente de la joven jazz band?
“Cuando comencé con la jazz band, no tenía un plan especial ni tampoco un régimen de exigencias definido, pues para mí estaba claro que iniciaba un trabajo con jóvenes que habían superado cierto nivel académico y a su vez enfrentado las dificultades propias de las obras de compositores clásicos y contemporáneos que son obligatorias en los programas de estudio.
Mi música no era ni más difícil ni superior a la de estos grandes del pentagrama; por lo tanto, me resultaba muy natural escribir sin límites y con todo el rigor profesional que requería. Se trataba de crear buen arte con todos ellos y desarrollar músicos, formar buenos artistas”.
¿Qué características tuvo el trabajo de Paulo FG en Opus 13?
“La llegada de Pablo FG a Opus 13 coincidió con un replanteamiento general de la música popular bailable y con la crisis económica de principios de la década de 1990, conocida como el “período especial”.
Nos planteamos un trabajo prometedor que tuvo un buen inicio y que luego generó enfoques diferentes, aunque la inacción en aquel momento de las instituciones responsables de la música llevó al nacimiento de la “Élite” y a la desaparición total de Opus 13. Lamentable fue la repentina muerte de Pablo, un artista de gran talento, arraigo popular y voluntad, pues junto a Opus 13 también hicimos historia”.
¿Está conforme con el estado actual de los festivales de Jazz Plaza?
Creo honestamente que, a pesar de no contar con figuras líderes que sean la cara del Festival, se ha hecho un gran esfuerzo y existe la voluntad de mantener un nivel alto y atractivo. Para ello, es necesario apoyarse en lo que se conoce y en la riqueza de la música cubana.
A veces pienso que somos excesivamente aferrados al pasado, pecamos de ser demasiado clásicos o dogmáticos. Era muy bello e interesante ver en nuestro Festival de jazz el desfile de exponentes del latín jazz más clásico o del jazz clásico, y no así fusiones de este género con tantas expresiones de la música.
Los amantes del jazz clásico a veces sienten que la esencia del festival se les escapa, pero es una corriente que viene desde los años 80 y, al haber tenido interrupciones debido a las diversas circunstancias en Cuba, hemos perdido el ciclo normal de su evolución.
Hoy parece que hemos dado un salto enorme y que se ha perdido el rumbo, pero creo que no es así; muchas veces, como sucede en varios ámbitos, nos excedemos y eso tiende a distorsionar el propósito y la imagen que deseamos para el Festival.”
¿Considera el reparto un género musical?
“No considero el reparto un género musical; en realidad, es un subgénero proveniente de la música urbana contemporánea. Es una de las variantes nacidas del reguetón, una expresión de moda que incorpora fuertes elementos de la timba cubana. Es contagiosamente bailable, muy simple y carece de complejidad musical, lo que permite su rápida producción.
A veces, la cadencia y la fórmula empleadas me recuerdan a algunos temas de épocas anteriores que pasaron por mis manos como arreglista. Por ejemplo, un tema que cantó Isaac Delgado titulado “La vida sin esperanza no tiene verde”, cuya orquestación es mía. Invito a observarlo… Esta música no se exige técnicamente a sí misma.”
¿Cree que es una vertiente con valores musicales autóctonos o valiosos?
“Desde luego, tiene escasos valores musicales, evidentes en los ingredientes de otros géneros de música bailable y la rumba. Cumple con su función de aglutinar grandes sectores de la población sin intereses culturales, donde el lenguaje que carece de rigor es el que predomina en su mensaje. Al ser una corriente que no es importada, sino que surge de la cruda realidad cubana, del sector más vulnerable de la sociedad y también mayoritario, dado que sus núcleos creativos residen en nuestros ritmos, puede considerarse autóctona.”
¿Qué opina sobre esta joven manifestación?
“Acepto que es una manifestación fundamentalmente de jóvenes y para muy jóvenes, aunque se reconoce su aceptación en sectores de la población menos joven. Creo que, como en otras ocasiones de la historia, hay que aprender a convivir con ella, a pesar de que para muchos no sea del total agrado.”
Estamos siendo testigos, por primera vez, de un fenómeno que, por su propia naturaleza, es muy fuerte y opuesto al estilo de conducta al que siempre estuvimos acostumbrados y educados, sin importar nuestra procedencia, ya sea humilde o acomodada.”
¿Cómo el consumo de esta música repercute entre los más jóvenes?
“Hay un gran problema: esta música establece pautas marcadas en el comportamiento y cultura de nuestros jóvenes. Los códigos de conducta no corresponden al modelo de joven que se soñaba. No es un secreto que el estilo de conducta que motiva esta música es diferente al adoptado en el son, la salsa, el jazz o la trova. A los consumidores más activos del reparto les parecería ridículo asumir esta música al igual que los géneros antes mencionados.
El reparto llegó y se apoderó de la escena musical cubana, impuso estéticas y comportamientos y se ha reído de nuestros postulados culturales, así como de tantos errores que hemos propiciado nosotros mismos.”
Ha escrito durante los últimos tiempos varios textos en su perfil de Facebook sobre música cubana. ¿Qué propósito lo ha impulsado a dejar ese tipo de testimonios?
“Mis escritos en Facebook surgieron durante el periodo de COVID-19, fundamentalmente con la idea de apoyar la iniciativa del inolvidable maestro Adalberto Álvarez, que buscaba establecer un Día del Son Cubano. Desde entonces, descubrí y muchas personas se dieron cuenta de que tenía mucho que decir; había vivencias y experiencias acumuladas muy valiosas, esas que no se enseñan en las escuelas ni están registradas en muchos libros, ofreciendo perspectivas internas sobre la música cubana que rara vez se consideran y que son absolutamente útiles y reveladoras”.