Foto: Archivo CN360
El Puente de 100 y Boyeros, en La Habana, se ha transformado en algo más que una concurrida intersección en la capital cubana. Actualmente, se ha convertido en una «farmacia» ilegal donde los medicamentos se compran y venden a plena luz del día.
Allí circulan analgésicos, antibióticos, antidepresivos e incluso psicofármacos controlados, todo sin receta médica ni supervisión sanitaria. Cubadebate abordó este tema en un reciente reportaje, lo que representa una rara ocasión en la que un medio estatal describe de manera detallada la realidad que viven millones de cubanos desde hace años.
El artículo pinta un cuadro que parece sacado de un país sin un sistema de salud pública, una antigua referencia internacional. Medicinas se exhiben sobre mantas, sin etiquetas ni fechas de caducidad visibles. Se pueden encontrar productos tanto nacionales como extranjeros, muchos de los cuales son imposibles de obtener en la red estatal.
De acuerdo con el reportaje, los vendedores remiten a otras localidades como Diez de Octubre o La Güinera cuando no disponen de algún producto específico. Lo que se revela, aunque no se menciona explícitamente, es un circuito informal bien organizado; una red paralela que abastece lo que las farmacias han dejado de ofrecer. Según informan los medios estatales en varias provincias, más del 70% del cuadro básico de medicamentos se ve afectado por la escasez.
La falta de control permite que se comercialicen fármacos reempaquetados, caducados o almacenados en condiciones inadecuadas. Nadie puede garantizar la procedencia ni el estado de los productos disponibles. La realidad es que los pacientes compran de todos modos, pues no tienen otra alternativa.
El testimonio de Cubadebate se suma a otros reportes que han capturado denuncias sobre la falta de antibióticos, antihipertensivos, analgésicos, insumos hospitalarios y medicamentos para pacientes oncológicos. Ni siquiera los hospitales cuentan con lo mínimo necesario, incluso en medio de una crisis epidemiológica.
El desabastecimiento persiste a pesar de la reorganización por consultorios. Sin una entrega estable, las personas con enfermedades crónicas no pueden asegurar la continuidad de sus tratamientos.
Por ejemplo, una madre de un niño con múltiples condiciones de salud vive en constante preocupación. Su hijo de cuatro años requiere siete medicamentos, además de cánulas y sondas. La mayoría de estos solo los adquiere en el mercado negro. “Sé que la falta de un solo medicamento podría llevarlo a enfermedades graves que podrían costarle la vida”, declaró a AFP. En su barrio de Santa Fe, como en casi toda Cuba, las farmacias están desprovistas.
Este testimonio refleja una situación generalizada. El salario medio en Cuba es aproximadamente de 6.500 pesos mensuales, mientras que un blíster de pastillas puede costar hasta 450 pesos. Hagan los cálculos.
En este contexto, han emergido iniciativas como Palomas, un proyecto solidario que ha distribuido más de 179,000 medicamentos de forma gratuita desde 2021. Esta iniciativa se nutre de donaciones individuales y opera a través de redes de WhatsApp. Su coordinador, Sergio Cabrera, compartió con AFP: “Aquí llora mucha gente, y muchas veces lloramos con ellos”. El esfuerzo es encomiable, pero insuficiente para afrontar una crisis de tal magnitud.
El contraste es evidente: por un lado, un gobierno que afirma que el sistema de salud es gratuito y universal; por el otro, un país donde madres, ancianos y enfermos dependen de vendedores informales, redes digitales o favores para acceder a tratamientos básicos.
El reportaje de Cubadebate plantea varias preguntas: ¿dónde se almacenan estos medicamentos?, ¿bajo qué condiciones?, ¿quién asume la responsabilidad si algo falla? Pero lo más importante: ¿cómo llegó el país a este estado? Lo que sucede en el Puente de 100 no es un caso aislado, sino el resultado de un sistema de salud deteriorado, carente de recursos y respuestas.
Mientras tanto, se ha legalizado la entrada libre de medicamentos no comerciales desde el exterior, una medida de emergencia que también ha alimentado al mercado negro. Lo que se introduce como ayuda termina siendo vendido. El sistema, a pesar de esta situación, no presenta una alternativa viable.



