Foto: Cuba Noticias 360
Texto: Fede Gayardo
Cada 4 de diciembre, Cuba palpita de manera especial. El rojo -brillante, intenso, desafiante- se adorna en las calles y en los altares familiares. Es el Día de Shangó, una de las festividades más veneradas dentro de la religión yoruba, un tributo que sobrepasa templos y creencias para convertirse en un ritual profundamente cubano.
La fecha coincide con el día de Santa Bárbara en el calendario católico, recordando el sincretismo religioso que define a la Isla desde la época colonial: Shangó, el rey del fuego, del trueno y de la justicia, también se refleja en la figura de la mártir cristiana vestida de rojo, asociada al rayo y a la valentía.
En los barrios cubanos, la devoción se vive con intensidad. Muchos se visten de rojo o combinan este color con el blanco en señal de respeto y celebración. Aquellos que pueden preparan platillos tradicionales como el quimbombó, el amalá o carnes de carnero, que están ligados a este orisha guerrero y protector.
En los hogares se encienden velas, se colocan flores rojas, suena el tambor, se canta y se reza. Para algunos, es un día espiritual; para otros, un símbolo de identidad cultural que ningún contexto político o económico ha logrado silenciar.
Shangó simboliza la fuerza, el poder, la virilidad, el liderazgo y, sobre todo, la justicia. Es un orisha que no tolera abusos ni desequilibrios, un juez mítico que castiga la mentira y premia el coraje. Quizás por esto su día adquiere un significado especial en un país marcado por la incertidumbre, la escasez y el desgaste social.
A pesar de la crisis económica y energética que vive Cuba, muchos creyentes encuentran en Shangó una esperanza para “enderezar lo torcido”, para reclamar orden donde reina el caos, y para invocar protección en tiempos donde la cotidianidad parece más frágil que nunca.
La devoción no se ha detenido a pesar de las adversidades materiales. Aunque la inflación y la falta de recursos han afectado incluso las prácticas religiosas, donde los altares, las ofrendas y los alimentos se vuelven cada vez más costosos, el pueblo ha hallado maneras creativas de sostener su fe, sustituyendo ingredientes, reciclando elementos rituales y compartiendo lo que se tiene. Porque Shangó, más que lujo, exige sinceridad y voluntad.
Este 4 de diciembre, en medio de apagones, tensiones y un país agotado, la celebración toma un matiz casi simbólico: la necesidad de luz en medio de la oscuridad, de orden en medio de la incertidumbre, de fuerza en un tiempo de desgaste colectivo.
Cuba se viste de rojo para recordar que, incluso en los momentos más difíciles, hay tradiciones capaces de encender un fuego interior que ni las crisis ni los gobiernos pueden apagar. En la Isla, Shangó es más que una deidad; es resistencia cultural, memoria espiritual y, para muchos, la energía que se necesita para seguir adelante.



