Foto: Cuba Noticias 360
No hay un barrio en Cuba que esté a salvo; ninguna familia en la isla carece, al menos, de un niño, un joven o un adulto mayor enfermo: las arbovirosis se han convertido en una nueva pandemia que recuerda aquellos días terribles de la COVID-19.
Las noticias sobre infectados e incluso fallecidos se propagan de boca en boca gracias a las redes sociales, no obstante, la información oficial sobre la magnitud de los brotes sigue siendo escasa y fragmentada.
El Ministerio de Salud Pública asegura que la situación está “bajo control”, sin embargo, médicos independientes y ciudadanos reportan hospitales saturados y barrios sometidos a fumigaciones intermitentes. La discrepancia entre la realidad epidemiológica y el discurso gubernamental pone de manifiesto un patrón histórico: el interés del Estado por minimizar el impacto internacional de las epidemias y preservar la imagen de la isla como potencia médica.
La crisis sanitaria de los años 90, conocida como la neuropatía óptica epidémica, es un antecedente revelador. Más de 50,000 personas sufrieron pérdida parcial o total de la visión debido a deficiencias nutricionales provocadas por el llamado Período Especial, cuando el colapso soviético redujo drásticamente el acceso a alimentos y vitaminas.
En aquella época, al igual que ahora, el gobierno tardó en reconocer la magnitud del problema y evitó asociar la enfermedad con la crisis económica. En su lugar, prefería destacar la cooperación científica internacional y los esfuerzos médicos, antes que confrontar la precariedad interna. Ese episodio sentó un precedente: la salud pública se convirtió en un terreno donde la política y la propaganda pesaban tanto como la medicina.
Actualmente, el dengue y el chikungunya son los principales desafíos epidemiológicos. El mosquito Aedes aegypti se multiplica en ciudades con problemas de saneamiento y escasez de recursos para campañas sostenidas de fumigación. Los reportes oficiales suelen ser limitados y poco detallados, mientras que la narrativa oficial subraya la eficacia de las brigadas de control. Sin embargo, la población denuncia la falta de continuidad y recursos, y especialistas indican que los datos oficiales subestiman la magnitud real de los brotes. Esta subestimación obstaculiza la cooperación internacional y la prevención regional, ya que los organismos de salud dependen de información precisa para coordinar respuestas.


