El juego final de Daniel Chile

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Fotos: Cortesía de Daniel Chile

Texto: Michel Hernández

Daniel Chile sostiene que El último juego es una distopía. Este cortometraje se centra en ese concepto, enfatizado por los ambientes extremos que consigue crear y el guión de Amílcar Salatti y el propio Chile, que alimenta el suspenso del filme. Podemos establecer un punto de conexión para el diálogo con el director. ¿Hasta qué grado es realmente una distopía? ¿Acaso no estamos ya viviendo esa realidad que el cineasta retrata en el contexto cubano actual?

El último juego, presentado como parte del concurso de ficción en el reciente Festival de Cine, se basa en una sociedad distópica donde las personas aguardan una llamada de las autoridades para poder abandonar el país. Para escapar. Esa llamada o el vacío. La espera por el aviso que les permita huir del abandono y comenzar una nueva vida en un lugar incierto.

El filme se centra en la relación de un grupo de niños que navegan entre las ruinas, la desolación y la desesperanza, pero encuentran maneras de pasar el tiempo, que es lo único que poseen, mediante juegos, bromas y la aventura de inventar cada día nuevos entretenimientos. Sin embargo, la dinámica se ve alterada cuando uno de ellos revela que se marcha porque ha recibido la «llamada» de sus padres.

A partir de ahí, el director se sumerge en la conexión entre los jóvenes para reflexionar sobre las actitudes humanas más inquietantes. Todo esto ocurre en un entorno que bien podría ser la última escena del fin del mundo: casas abandonadas, edificios devastados y diálogos que evocan un pasado que ya no existe, así como la posibilidad de que los padres que hanno recibido la llamada dejen de existir también en ese presente, marcado por la desesperación y la adversidad. Una frase resume perfectamente la intención del filme. «¿Otro hijo en este país?», pregunta el joven esposo a su esposa embarazada cuando discuten sobre la posibilidad de irse o quedarse, una decisión que se resuelve al instante tras la «llamada» que los que quedan viven con envidia mortal.

El guion es sencillo, pero se alinea con las intenciones del director. Salatti y Chile podrían haber explorado más a fondo el retrato psicológico de los personajes y su relación con el entorno opresivo en el que habitan, pero conforme a las intenciones creativas de la obra, optaron por un ambiente minimalista, donde tanto los sonidos como los silencios ocupan un papel importante, generando preguntas en el espectador que inevitablemente se vinculan a la realidad de Cuba. Una realidad en la que muchas personas aguardan no solo una «llamada», sino cualquier señal para resurgir en cualquier lugar.

En esta ¿distopía? Chile sostiene un diálogo profundo con el presente, con las vidas (y las muertes) de miles de cubanos que nunca recibieron esa llamada y eligieron el mar como ruta hacia un nuevo destino. Esto, sin anclarse a una realidad específica, lo que también confiere a esta obra un carácter universal, aunque cualquier cubano la identificaría de inmediato por sus signos distintivos.

El cortometraje, con música original del pianista Rodrigo García Ameneiro y banda sonora de Maykel Pardini, podría haber sido un «largometraje», ya que la historia está llena de matices y tiene una notable capacidad expresiva. Es un relato con múltiples capas dentro de su objetivo central, que puede ser analizado de diversas maneras de acuerdo con la perspectiva del público, pero es innegable que hay que observarlo a través del prisma de la realidad en la que fue creado y llega a la pantalla.

No es una distopía que se proyecta hacia el futuro, sino que navega sobre las ilusiones y desesperanzas del presente. Que envejece cada día. Por ello, si se hubiera estrenado dentro de dos o tres años, El último juego probablemente no habría sido, en verdad, el último.

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