Foto: Archivo CN360
“La Habana avanza hacia un modelo de ciudad inteligente y sostenible”, publicó el diario estatal Granma en sus redes sociales, un titular que ha provocado una oleada de críticas e ironías entre los cubanos. En medio de una de las peores crisis económicas, sociales y energéticas que ha enfrentado el país en décadas, muchos ciudadanos se cuestionan: ¿cómo puede una ciudad ser “inteligente” cuando apenas logra mantenerse operativa?
La publicación, que intentaba resaltar supuestos avances en digitalización y servicios en la capital cubana, se viralizó de inmediato. La mayoría de las reacciones fueron de burla y descontento. “¿Ciudad inteligente? Si ni corriente tenemos”, comentó un usuario. Otro escribió: “Será inteligente porque sabe esconder la basura”. Lo que debería haber sido un anuncio de progreso tecnológico se convirtió en un reflejo del malestar social.
El contraste entre la narrativa oficial y la experiencia cotidiana del habanero promedio es abismal. Apagones diarios, calles llenas de baches, basureros desbordados, hospitales colapsados, transporte casi inexistente y escasez de alimentos son parte de la vida diaria. En este contexto, la idea de una “ciudad inteligente” se siente, para muchos, como una provocación.
Los comentarios más críticos no solo destacan la falta de infraestructura, sino también lo que consideran un desprecio por el sentido común. “Lo único digital aquí son los apagones programados”, escribió un internauta. Otros señalaron directamente el triunfalismo de los medios estatales: “Viven en un país paralelo, donde todo funciona en PowerPoint”.


El humorista Ulises Toirac fue una de las voces públicas que reaccionó con sarcasmo al titular de Granma. En un post que se compartió ampliamente, dijo: “La Habana en camino de convertirse en ciudad inteligente es la mejor noticia que he escuchado ¡en mucho! ¡Estamos salvados!”. Toirac ridiculizó los supuestos avances tecnológicos con ejemplos absurdos, y concluyó que “ojalá algún día la inteligencia no sea de la ciudad, sino de quienes la dirigen”.
Por otro lado, la escritora Wendy Guerra fue más directa. Llamó “mentira” y “cortina de humo” al artículo de Granma y exhortó a los periodistas oficiales a no ser cómplices del encubrimiento de la crisis. “¿De verdad que ‘La Habana avanza hacia un modelo de ciudad inteligente y sostenible’? Por favor, no insultes la nuestra”, expresó en una publicación que desató un amplio debate.
Recientemente se realizó en La Habana el evento TICS 2025, organizado por el Ministerio de Comunicaciones, en el que se presentaron proyectos como la plataforma de gobierno digital Soberanía, la informatización de servicios en La Habana Vieja y avances en banca electrónica. Aunque estas iniciativas muestran desarrollo en sectores específicos, el contexto general del país limita severamente su impacto.
Según los organizadores, se han digitalizado algunos trámites, se ha instalado Wi-Fi en áreas clave y se ha fomentado el uso de tarjetas magnéticas. Sin embargo, incluso cifras como los más de 9,000 usuarios corporativos de la banca electrónica contrastan con la realidad de miles de ciudadanos que carecen de acceso regular a internet, sin saldo móvil y con una infraestructura tecnológica deficiente o inestable.
Un lector resumió esta contradicción con claridad: “Cuando uno lee ‘ciudad inteligente’ y mira a su alrededor, solo ve ruinas, basura, oscuridad, falta de agua y transporte. Entonces me parece un eufemismo llamar a algo así con ese término”. Y ese es quizás el mayor problema de fondo: la desconexión profunda entre el discurso oficialista y la vida real.
Mientras el gobierno cubano promueve una imagen de modernización y eficiencia digital, las condiciones materiales del país siguen deteriorándose. En La Habana, barrios enteros carecen de iluminación pública, el transporte público opera de manera esporádica y la escasez de medicamentos básicos es alarmante. Todo esto hace que para muchos, hablar de “ciudad inteligente” no solo sea irónico, sino ofensivo.
La brecha entre la propaganda estatal y la realidad no es nueva, pero en tiempos de crisis aguda, se vuelve más evidente y menos tolerable. Iniciativas como estas pierden toda legitimidad cuando se presentan como logros globales en un entorno donde ni siquiera lo esencial esté resuelto.



