Foto: RL Hevia
Lo que se anticipaba sucedió. Este martes tuvo lugar el juicio al ex ministro de economía y finanzas, Alejandro Gil, en un tribunal militar del municipio Mariano, en La Habana, con puertas cerradas. Solo tuvieron acceso funcionarios y otros representantes del gobierno. La entrega a su hija, Laura María Gil, fue rechazada, mientras que su hijo, Alejandro Arnaldo Gil González, pudo estar presente en la sala donde se juzgaba a su padre por espionaje. Según medios no estatales, se le están pidiendo 30 años de prisión; otros mencionan la posibilidad de cadena perpetua.
Según lo estipulado en el proceso, el juicio ya debería estar listo para la sentencia, la cual se espera que se haga efectiva en los próximos días. A casi 24 horas de lo sucedido, no ha habido ninguna noticia en los medios oficiales sobre los eventos que transcurrieron dentro del tribunal en un caso que ha conmocionado a la isla.
En un contexto donde la mayoría de los cubanos solo puede concentrarse en sobrevivir, el nombre de Gil sigue resonando en esquinas, barrios, agromercados, mipymes y en todos los lugares donde se realizan las arduas gestiones del día.
La mayoría de la gente habla del asunto con resignación y un cierto sarcasmo, como quien ha visto demasiado. Sin que la sentencia se haga efectiva, ya consideran a Gil culpable. Y no solo a él; mencionan que debe haber más implicados en esta trama digna de Hollywood. Aseguran que es prácticamente imposible que haya cometido todos los delitos que se le atribuyen en solitario. Esta es la voz del pueblo cubano, tanto en la vida real como en las redes sociales, que cada vez se asemejan más.
Las personas “de a pie” tienen razones para estar molestas. Gil, junto a Marino Murillo, actual presidente de Tabacuba, fue la cara más visible del ordenamiento, un fracaso total admitido por el gobierno.
Los cubanos vieron cómo su calidad de vida disminuía de forma alarmante, cómo caían en la pobreza o la miseria dependiendo de su situación, mientras que el hambre se volvía más apremiante.
Hoy, mientras Gil aguarda su sentencia, el pueblo solo anhela sobrevivir un día más, lo que, de alguna manera, también se asemeja a una condena.
En los mercados, donde la mayoría realiza sus compras, es donde más se oye hablar del ex ministro. Lo califican con una variedad de términos despectivos que actúan como un juicio popular a puertas abiertas, el cual se exigía para Gil. Ya había sido juzgado por el pueblo antes de que el Tribunal Supremo hiciera pública la sorprendente acusación que caía sobre la mano derecha del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel.
Las conversaciones no cesan. Se repiten por las mañanas, en las tardes y regresan al amanecer. No solo se discute la política fallida que defendía, sino también las famosas declaraciones sobre que lo recaudado en las tiendas MLC serviría para abastecer la canasta básica, que, por cierto, parece estar con respiración asistida tras las últimas leyes destinadas a corregir distorsiones.
Superada la sorpresa por las acusaciones de espionaje y corrupción, los cubanos se cuestionan el secretismo y la falta de información sobre un juicio que muchos consideran que debió ser público dada su relevancia social. El gobierno argumenta que la decisión se basó en razones de “seguridad nacional”.
Estas preguntas dominan las conversaciones de este miércoles, resonando en las colas y en cualquier rincón de la ciudad, que se despierta entre la lucha por la supervivencia, las nuevas medidas —para muchos tardías— ante un brote de arbovirosis que tiene a medio país enfermo, y las secuelas de otro virus «introducido» por Gil que ha colocado al pueblo cubano en una situación crítica.



