Fotografías: RL Hevia
En ningún verso de un poema se ha capturado a La Habana con tanta exactitud como lo hizo el poeta Luis de Góngora al decir: “ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy”.
Pocas ciudades del continente pueden jactarse de un patrimonio arquitectónico tan extenso, un simbolismo tan arraigado en la memoria cultural del Caribe y una tenacidad tan firme para resistir el paso del tiempo, las crisis y el abandono; no obstante, son igualmente escasas aquellas que exponen sus fracturas de manera tan evidente.
La capital cubana celebra su 506 aniversario sin ostentar su categoría de Ciudad Maravilla. Pasear por sus calles es transitar por una contradicción, donde pequeñas áreas turísticas y céntricas permanecen “vivas”, mientras que el resto de la ciudad se enfrenta a problemas que se agravan con el tiempo.



Los habaneros, la esencia auténtica de la ciudad, viven en esta dualidad, donde la escasez de transporte público, la irregularidad en el suministro de agua, el deterioro de la vivienda, los derrumbes constantes y la falta de servicios básicos reflejan lo arduo que puede ser mantener la vida cotidiana en un entorno urbano que clama por ayuda.
A esto se suman fenómenos recientes, como la creciente desigualdad entre distintos sectores económicos, que también impactan la vida urbana.
La Habana no solo se encuentra en deterioro físico; también ha cambiado demográficamente, en su forma de organización y en las vacantes que proliferan donde antes existía un dinamismo social.
A pesar de todo, la ciudad conserva una energía difícil de definir. Sigue siendo una capital musical, fotogénica, repleta de historias y símbolos.

En sus barrios, iniciativas independientes luchan por preservar lo poco que queda, con colectivos que rescatan espacios comunitarios, pequeños negocios que revitalizan esquinas antes desatendidas y proyectos culturales que insuflan vida a zonas olvidadas; esfuerzos dispersos, pero valiosos para mantener viva la idea de posibilidad.
El 506 aniversario se presenta como un momento de reflexión. La Habana es, al mismo tiempo, la maravilla que fue y la ciudad vulnerada que es.
Su belleza no ha desaparecido, pero permanece atrapada en un tejido urbano frágil que clama por coherencia, responsabilidad y, sobre todo, decisiones concretas para evitar un deterioro mayor; aunque las cicatrices sean profundas.
Hoy, en su 506 aniversario, La Habana se enfrenta a su realidad: ya no son suficientes la nostalgia ni los elogios del pasado; requiere ser rescatada antes de que el deterioro prevalezca, y eso depende de decisiones urgentes, no de promesas.


