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Golpeada por los caprichos del clima y la excesiva presión del turismo, la emblemática torre de Manaca Iznaga en Trinidad ha estado cerrada al público durante meses. Se encuentra en un proceso de restauración urgente que busca devolverle su función como mirador excepcional.
El proyecto, estimado en alrededor de un millón de pesos y llevado a cabo por la mipyme Construcciones ICE, tiene como objetivo detener el deterioro de las estructuras de madera del edificio, las cuales han sufrido considerablemente debido a las condiciones meteorológicas y las constantes idas y venidas de miles de turistas deseosos de conocer esta joya de la época dorada del azúcar.
Según los restauradores, una de las labores destacadas es la sustitución de columnas y vigas que sirven de soporte a los pisos, así como de pasamanos y peldaños de las escaleras, todos en tan mal estado que resulta imposible reutilizarlos por razones de seguridad.
Para reemplazar las piezas dañadas, se utilizan maderas preciosas y más duraderas, según informaron los especialistas de la mipyme a la prensa local. Sin embargo, el reto no es solo conseguir la madera, sino también ascender a una estructura de más de 40 metros de altura.
Juan Ramón Buitón, inversionista de la Dirección Municipal de Cultura de Trinidad, manifestó que desde el inicio se complicó el traslado de los nuevos elementos desde la base hasta los niveles superiores de la torre, labor que se realiza manualmente y que retrasa el avance de las obras. A esto se suma el hecho de que el espacio en la parte superior de la estructura es muy limitado, permitiendo trabajar a un máximo de tres o cuatro personas.
En la actualidad, el equipo de restauradores, bajo la asesoría de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios, está trabajando en el sexto nivel de la torre.
Una vez finalizado el proceso de sustitución de los elementos, el organismo inversionista se encargará de la pintura del icónico mirador, que ha estado fuera de los circuitos turísticos durante cuatro meses.
Aunque los historiadores estiman que la construcción de la torre campanario de Manaca Iznaga se realizó entre 1815 y 1830, tanto la fecha exacta de su edificación como el popular mito de que fue construida para resolver una apuesta entre hermanos han enriquecido el imaginario colectivo de la región, aumentando así el valor intangible de este sitio.
No obstante, quienes han ascendido los 184 escalones de esta especie de pináculo colonial a menudo no conocen que durante décadas fue inalcanzable para forasteros y que solo a finales de los años 80 del siglo pasado se restablecieron los entrepisos y escaleras, fijándose su altura oficial en 43.5 metros sobre el suelo. Esta medida la convierte en una de las más altas de su tipo en el país, según consta en la Guía de Arquitectura elaborada por la Oficina del Conservador.
Sobreviviente de la Colonia, de la República y de la crisis de la industria azucarera, esta empinada estructura ha logrado resistir, gracias a sus arcos descubiertos y a las peculiaridades de su diseño, los embates de potentes meteoro como el huracán Dennis en 2005, cuando Fidel Castro preguntó en una aparición televisiva: “¿Pasó algo con la torre de Manaca Iznaga?”.
Ante los ciclones en el pasado y hoy frente a la afluencia de visitantes, cubanos y extranjeros, esta atalaya trinitaria se mantiene como una vez la describió un turista fascinado: “imperturbable y amada por medio mundo”, justo en el corazón del pintoresco caserío que se extiende a sus pies y que configura la singular fisonomía de este lugar, reconocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad.