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En 1985, el cine cubano sorprendió al mundo con una propuesta inusual: Vampiros en La Habana, un largometraje de animación dirigido por Juan Padrón, el “padre” de Elpidio Valdés. Lo que inicialmente parecía ser una travesura artística se transformó en una de las películas más queridas y reconocidas de la cinematografía nacional. Con su humor irreverente, una fuerte carga política y una estética única, la cinta alcanzó el estatus de clásico, no solo en Cuba sino también en varios países de América Latina y Europa.
La película narra la historia de Joseph Amadeus Von Drácula, conocido como Pepe, sobrino del conde Drácula, que vive en La Habana como un trompetista aficionado al jazz. Pepe desconoce su origen vampírico y es objeto de un experimento científico: su tío, un excéntrico profesor, ha ideado una fórmula que permite a los vampiros exponerse al sol sin morir.
Este descubrimiento desata un conflicto internacional, ya que dos grupos de vampiros—uno en Chicago y otro en Europa—luchan por apoderarse de la fórmula. La trama, que combina intriga, sátira y acción, convierte a La Habana en escenario de persecuciones absurdas, conspiraciones y un choque cultural en clave de parodia.
El retrato de los vampiros mafiosos de Chicago hace referencia directa a la influencia estadounidense y a los negocios que han marcado parte de la historia de la isla en la primera mitad del siglo XX; los vampiros europeos, en cambio, simbolizan las viejas élites aristocráticas aferradas al poder. Frente a ellos, Pepe—un músico despreocupado, bohemio y con acento habanero—encarna la frescura y la irreverencia del cubano común.
Otro factor que consagró a la película como un clásico fue su estética visual. Lejos de las grandes producciones de Hollywood, Padrón trabajó con recursos limitados, pero logró imprimir un estilo inconfundible: trazos simples, caricaturas exageradas y un ritmo narrativo cercano al cómic.
La influencia del cómic underground, unida a la tradición gráfica cubana, dotó a la película de un aire fresco y diferente. Además, la animación fue acompañada por una banda sonora inolvidable: la trompeta de Arturo Sandoval y el jazz afrocubano crearon un ambiente sonoro que potenciaba la mezcla de vampiros, mafiosos y solares habaneros.
Detrás del éxito de Vampiros en La Habana estuvo la visión creativa de Juan Padrón, considerado el precursor de la animación cubana moderna. Su talento para combinar historia, humor y cubanía ya había sido demostrado con Elpidio Valdés, pero con los vampiros llevó el género a otro nivel, apostando por un producto destinado a los adultos, algo inusual en la animación cubana y latinoamericana de la época.
Al estrenarse en 1985, la película no tuvo una distribución masiva ni fue concebida como un gran acontecimiento; sin embargo, rápidamente comenzó a ganar seguidores gracias al boca a boca. Con el tiempo, se produjeron dos secuelas, aunque ninguna logró superar el impacto de la original.
Cuarenta años después de su estreno, Vampiros en La Habana sigue siendo considerada una película de culto, que demuestra que la creatividad puede florecer incluso en contextos de limitaciones materiales. Juan Padrón demostró que, con ingenio, el cine cubano podía dialogar con el público global sin perder su identidad.