Foto: Cuba Noticias 360
Texto: Cuba Noticias 360
En la Cuba contemporánea, abrir un libro puede ser tanto un acto de resistencia como un símbolo de esperanza. Para muchos jóvenes, la lectura representa una vía de escape de los apagones, la monotonía impuesta por la escasez y la sensación de confinamiento.
Leer es viajar sin la necesidad de un pasaporte, explorar otros mundos sin el costo de un pasaje y, sobre todo, nutrir la imaginación en un entorno que frecuentemente la reprime. Sin embargo, la realidad presenta un panorama diferente cuando esta actividad se ve afectada por obstáculos como el desinterés.
Un estudio del Observatorio del Libro y la Lectura, llevado a cabo con más de 1,400 universitarios cubanos, reveló un dato alarmante: el 42% de los encuestados mostró escaso interés por la lectura literaria, y casi dos tercios admitieron que rara vez sienten la necesidad de leer una obra literaria.
¿Es esto una señal de apatía o simplemente una falta de opciones? Las opiniones están divididas, aunque varios especialistas apuntan hacia la segunda causa. Los jóvenes leen menos no porque no deseen hacerlo, sino porque no encuentran fácilmente lo que les interesa.
El desinterés también tiene un trasfondo económico. Cuando un salario apenas alcanza para cubrir lo básico, adquirir o leer un libro se considera un lujo. En tal contexto, las prioridades cambian y muchos jóvenes optan por dedicar su tiempo y recursos a productos de consumo inmediato, como las redes sociales, los videos de YouTube o las series que circulan en el Paquete Semanal.
A esta realidad se suma la atracción propia de lo audiovisual. Plataformas informales, memorias USB llenas de películas y un acceso, aunque limitado, a internet proporcionan estímulos rápidos y entretenidos. Las redes sociales se han transformado en espacios de socialización y desahogo, mucho más dinámicos que la lectura silenciosa.
Para numerosos jóvenes cubanos, pasar horas en Facebook, Instagram, TikTok o Telegram resulta más inmediato y placentero que sumergirse en una obra literaria que tal vez no logren terminar, ya sea por falta de hábito o por el peso de otras preocupaciones cotidianas.
De acuerdo con el mencionado estudio, los géneros preferidos son diversos. Leonardo Padura y su detective Mario Conde siguen siendo una referencia obligada, al igual que algunos clásicos latinoamericanos como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, presentes tanto en las escuelas, en ciertos eventos literarios como la Feria del Libro de La Habana, o en algunas copias digitales que circulan de mano en mano.
Entre los más jóvenes, sin embargo, también están ganando terreno la literatura romántica, la ciencia ficción y las narrativas fantásticas. En un país donde los viajes son un lujo inalcanzable, leer sobre universos mágicos, ciudades lejanas o historias de amor imposibles es una forma de cruzar fronteras físicas. No hay duda de ello.
Por otro lado, es importante reconocer que los libros en las librerías estatales suelen ser escasos o poco atractivos para los más jóvenes. Aunque existan deseos de leer, las condiciones materiales limitan ese entusiasmo.
Los jóvenes cubanos no han dejado de buscar historias, pero cada vez las encuentran más en pantallas y plataformas que ofrecen inmediatez, compañía y evasión. Entre series pirateadas y redes sociales repletas de memes y debates, la literatura compite por un lugar en la agenda de una generación que prioriza lo que puede acceder de forma más fácil, adquirir y compartir.
Aun así, es esencial ser conscientes de que generalizar no es lo más acertado. No todos los jóvenes cubanos están distanciados de los libros. Hay quienes encuentran en la lectura una fuente de inspiración y un espacio de libertad. El interés por la literatura no ha desaparecido; simplemente se ha adaptado a los tiempos y a los recursos disponibles.
Es precisamente en esto donde reside una esperanza para el futuro cultural de Cuba. Leer fortalece un tejido de conocimiento, crítica y creatividad que puede transformar visiones y abrir mentes. Elegir leer en Cuba no es solo un acto personal; es una inversión silenciosa para construir el país que muchos jóvenes anhelan y un recordatorio de que, incluso en medio de las adversidades, la palabra escrita puede ser capaz de sembrar las semillas del cambio.