Foto: Archivo CN360
Cada 8 de septiembre, los cubanos, tanto en la Isla como en el extranjero, detienen el ritmo de sus vidas para rendir homenaje a una figura que, desde hace más de cuatro siglos, se ha transformado en un refugio espiritual, un símbolo de identidad y un consuelo en tiempos difíciles: la Virgen de la Caridad del Cobre, afectuosamente conocida como Cachita.
En un país marcado por la inestabilidad, la inflación, los apagones, la escasez y la migración, la devoción hacia esta santa mulata, como muchos la conocen, adquiere aún más significado como manifestación de fe, unidad y esperanza colectiva.
La historia de Cachita se remonta al siglo XVII, cuando, según la tradición, tres esclavos avistaron una imagen flotando en la bahía de Nipe durante una tormenta. Ella vestía una túnica dorada, sostenía al Niño Jesús y, sorprendentemente, no estaba mojada. En la tabla donde se apareció se leía: «Yo soy la Virgen de la Caridad». Desde entonces, su culto popular ha perdurado a través de generaciones, credos y contextos políticos.
Este 2025, como todos los años, la Basílica del Cobre en Santiago de Cuba se ve repleta de fieles que llegan a pie, en bicicleta o de cualquier manera que pueden, desde diversas provincias del país. Algunos traen ofrendas: flores, velas, estampas; otros, simplemente sus ruegos. Aun en medio de la crisis que enfrenta Cuba, no faltan los girasoles ni las lágrimas.
En las calles cercanas a la iglesia de Salud y Manrique, en Centro Habana, o en la Ermita de Miami, donde la diáspora cubana mantiene viva la tradición, el amarillo, color asociado tanto a Cachita como a la orisha Ochún, predomina en este día.
No importa si se es católico practicante, santero, agnóstico o simplemente un devoto cultural: la Caridad del Cobre trasciende cualquier frontera. En su altar se encuentran los collares de los hijos de Oshún, las velas encendidas de las abuelas católicas y las súplicas de quienes solo piden un plato de comida o el regreso de un ser querido que emigró. «Cachita no mira credos ni partidos, ella escucha», comentaba una mujer en la procesión en Santiago, llevando a su hija en brazos.
El sincretismo religioso que define la espiritualidad cubana encuentra en Cachita un símbolo singular. Para los adoradores de la religión yoruba, ella representa a Ochún: la orisha del amor, de los ríos y de la fertilidad. En la práctica cotidiana, la Virgen y la orisha se amalgaman en una única figura femenina poderosa, compasiva y protectora.
Aparte de su relevancia religiosa, la Virgen de la Caridad ha sido y sigue siendo un emblema de la nación. Los veteranos de las guerras de independencia la proclamaron Patrona de Cuba en 1916. Mambises como Carlos Manuel de Céspedes se encomendaban a ella. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco la han coronado, bendecido y reverenciado.
En tiempos turbulentos, cuando el presente parece tan incierto como el mar en el que apareció flotando la Virgen, su imagen continúa brindando abrigo. En la Capilla de los Milagros, bajo el camarín del Santuario del Cobre, miles de cubanos han dejado sus exvotos: dientes de oro, juguetes, fotografías e incluso medallas deportivas. Son promesas cumplidas, agradecimientos y silencios confesados a los pies de Cachita.
Hoy, la celebración también está enmarcada en un deseo compartido: que Cuba encuentre un camino más justo y humano. Así, Cachita se convierte en algo más que un símbolo: es la certeza de que los milagros, sean pequeños o grandes, aún pueden ser posibles.