¿Qué implica un día con solo 3 horas de electricidad en La Habana?

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Texto: Hugo León

Foto: Archivo CN360

Aquellos que afirman que la oscuridad carece de sonido es porque no la han experimentado en toda su extensión. La oscuridad resuena con desesperanza, frustración y hastío. No hay manera de que uno se adapte a la oscuridad: nadie puede. A pesar de que la palabra clave sea resistencia, la voz interna suele plantear una penosa pregunta: ¿hasta cuándo?

Son las 10:00 p.m. y enciende un cigarro mientras se sienta en el portal de su hogar, mirando hacia la nada. Mientras su aliento se transforma en humo, reflexiona sobre cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que durmió bien, de un tirón, en una cama y con aire acondicionado. La falta de un buen descanso crea una sensación de cansancio extremo y pesadez.

Hoy, durante el día, tuvo que soportar 8 horas de apagón; luego, por la tarde, la luz se fue de nuevo durante otras 3 horas. Y por la noche, a las 9, repitieron la misma dosis, como si no fuera suficiente. En total, la electricidad estuvo disponible solo unas tres horas. Aunque un ventilador recargable alivia un poco el calor agobiante de agosto, no ahuyenta a los mosquitos ni conserva fresca la comida del congelador.

Ya había escuchado sobre los apagones en otras provincias, pero vivir en La Habana supuestamente te otorgaba ciertos privilegios que, lamentablemente, otros no tienen. No es lo mismo escuchar al diablo que verlo llegar, y este verano, como en los anteriores, el diablo apareció, en forma de calor y apagones.

Justo en la mitad de su cigarro, piensa en lo que hará cuando restablezcan la luz: encender el motor del agua para llenar el tanque, conectar el refrigerador para que la comida no se eche a perder, cargar el ventilador para aguantar la próxima ronda, ah, y muy importante, el celular.

Susana es una de las miles que trabaja desde casa conectada a Internet, una tarea histriónica y difícil cuando la estabilidad de la red depende de la carga de la radiobase de telecomunicaciones más cercana. Hoy apenas pudo trabajar, y de eso depende su sustento. Si no trabaja, no cobra; si no cobra, no come, ni puede pagar el agua o la luz…

Perdón, ¿qué luz?, irónicas paradojas.

Ya queda al menos un cuarto del cigarro cuando escucha a lo lejos unos calderos sonar. Esta noche, desearía unirse a la multitud decidida y al menos simular que tiene la posibilidad de exigir sus derechos, pero esta vez, al igual que en ocasiones anteriores, su valentía se desvanece rápidamente.

Ha escuchado demasiadas historias de vecinos que terminaron en la estación de policía por gritar, en medio de un apagón, que restablezcan la electricidad. Los gritos internos son menos riesgosos ante el monstruo de la oscuridad.

Justo en la penúltima bocanada de humo, repasa lo que hará mañana: cocinar temprano porque a las 2:30 p.m. quitarán la luz de nuevo, si es que se atienen a la hora; preparar la comida para el perro, recargar el celular, buscar algo para ver en el móvil y así evadir el aburrimiento, absorber todo el aire acondicionado posible (como si fuera acumulativo) y esperar. Los 10 minutos antes de que se corte la electricidad son los más tensos, una especie de cuenta regresiva hacia la penumbra… 3, 2, 1.

Finalmente, apaga el cigarro y se resigna a esperar hasta las 11:00 p.m. para que restablezcan la luz, aunque la realidad es que nunca son tan puntuales para ponerla como lo son para quitarla. Hoy quizás sea a las 12, o tal vez a la 1.

¿Quién sabe? Quizás esta madrugada pueda dormir de un tirón o tal vez no.

Son las 12:30 a.m. y el pitido de un microondas que olvidó desconectar le indica que se ha restablecido la luz. Apagón 0, resistencia 489. Un día más superado.

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