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Texto: Redacción Cuba Noticias
Desde su apertura en 1984 hasta principios de la década de 2000, el Parque Zoológico Nacional de Cuba, situado en las afueras de La Habana, demostró que en la isla era posible disfrutar de la naturaleza sin someter a los animales a estrechas jaulas. Con una extensión de 340 hectáreas y diseñado para que sus ejemplares vivan en condiciones semejantes a su hábitat natural, el Parque marcó el fin del zoológico como un simple museo de animales.
No obstante, en los últimos años, esta joya de la ciencia, la conservación y el ocio saludable ha comenzado a deteriorarse, hasta el punto de que hoy en día presenta un estado alarmante que afecta tanto a sus instalaciones como a los animales que alberga. La disminución de visitantes, las denuncias por maltrato animal y la falta de recursos han convertido a este lugar en un símbolo del deterioro institucional que padece el país.
Las imágenes compartidas en las redes sociales evidencian el deterioro acumulado: estructuras oxidadas, fosos vacíos o con agua estancada, maleza descontrolada y caminos en mal estado. El paisaje, que en su momento fue un entorno natural cuidado donde los animales podían moverse libremente, este verano transmite una fuerte sensación de abandono.
Los propios trabajadores y visitantes coinciden en que la situación ha empeorado en los últimos años. Una cuidadora que pidió no ser identificada confesó que muchas especies que anteriormente eran símbolos del parque —cebras, rinocerontes, antílopes…— han desaparecido, ya sea por enfermedad, vejez o falta de condiciones para su reproducción. En varias áreas del recorrido apenas se perciben animales, y los pocos que quedan evidencian signos de desnutrición, estrés o aislamiento.
Organizaciones ambientalistas han comenzado a exigir transparencia sobre el estado real de los animales, incluso proponiendo que los ejemplares que aún están en condiciones adecuadas sean reubicados en reservas más apropiadas o liberados en hábitats naturales, cuando sea posible.
Junto al deterioro físico, los servicios al público también se han visto drásticamente reducidos. Las áreas de gastronomía están cerradas o en terrible estado. Familias que visitan con niños relatan experiencias frustrantes: baños inservibles, basura acumulada, falta de agua potable, juegos infantiles oxidados y ausencia de guías educativos.
El safari, uno de los principales atractivos del parque, que consiste en recorrer parte del terreno en autobuses acondicionados para observar a los animales en libertad controlada, solo opera los fines de semana debido a la escasez de combustible y ha sido suspendido en varias ocasiones.
Aunque no hay estadísticas oficiales actualizadas, diversos medios y fuentes anónimas de la institución han confirmado una notable disminución en la cantidad de visitantes. Las escuelas han reducido sus visitas organizadas y muchas familias eligen no asistir debido a lo decepcionante que resulta la experiencia.
Los precios son simbólicos —10 pesos cubanos para adultos, 5 para niños—, pero la falta de transporte y las condiciones generales hacen que incluso esas cifras sean una inversión cuestionable para muchos cubanos.
La situación del Parque Zoológico Nacional refleja un problema mayor: la incapacidad del Estado para mantener instituciones públicas en medio de una economía colapsada. A pesar de estar bajo la administración del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, la falta de presupuesto, el éxodo de personal calificado y la escasa voluntad política para revitalizar estos espacios amenazan su existencia.
Mientras tanto, el parque sigue abierto, ofreciendo una experiencia cada vez más vacía a los pocos que aún se acercan. Lo que alguna vez fue un modelo regional de zoológico sin jaulas, basado en ambientes abiertos y de libertad controlada, se encuentra ahora en un estado de resistencia por inercia, más cerca del cierre que de la renovación.