La cantidad precisa: una consulta televisiva pública en Cuba.

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Foto: RRSS

No se ha hecho un reconocimiento público al respecto, pero es evidente: en un momento en que la escasez de medicamentos e insumos médicos en Cuba parece alcanzar su punto más crítico, con déficit prácticamente universal en el cuadro básico que debe proporcionar el Ministerio de Salud Pública (Minsap), un programa que aconseja tomar siempre “la dosis exacta” no resulta ser muy oportuno.

Tuvo mejores épocas: durante años, este espacio ocupó un lugar destacado en la programación de la televisión cubana. Más que un simple segmento de divulgación científica, se convirtió en una herramienta educativa de alcance nacional, profundamente entrelazada con la vida cotidiana, el sistema de salud y la ética médica en Cuba.

La dosis exacta nació en 2005 como una coproducción entre el Minsap y el Instituto Cubano de Radio y Televisión, con una misión clara: educar a la población sobre el uso racional de los medicamentos, advertir sobre los peligros de la automedicación y fortalecer la confianza en el sistema de salud cubano.

El título no era metafórico: hacía referencia directamente al principio médico que establece que cualquier fármaco puede ser medicina o veneno, según la cantidad y el método de administración. Bajo esa premisa, La dosis exacta funcionaba como una especie de consulta pública televisiva, con un lenguaje accesible y dramatizaciones sencillas que ilustraban, a través de casos ficticios, las consecuencias del mal uso de antibióticos, analgésicos y otros medicamentos comunes.

Cada episodio, de aproximadamente 15 a 20 minutos, comenzaba con una situación cotidiana: una madre que automedicaba a su hijo, un anciano que mezclaba tratamientos sin consultar al médico, o un trabajador que abusaba de los antiinflamatorios para no faltar al trabajo. Posteriormente, el doctor Julián Pérez Peña, creador y conductor del programa durante casi dos décadas, comentaba los errores cometidos y ofrecía recomendaciones.

El estilo narrativo era directo, a veces excesivamente didáctico, pero siempre alineado con su objetivo educativo. A pesar de sus limitaciones técnicas, La dosis exacta logró hacerse un lugar en el imaginario popular, al punto de que su nombre se convirtió en sinónimo de prudencia médica en el lenguaje cotidiano.

Aunque no se trataba de un programa con grandes audiencias, su impacto fue sostenido y profundo, especialmente en grupos como los adultos mayores y los profesionales de la salud. En las consultas médicas, era frecuente que los doctores lo mencionaran para reforzar sus indicaciones; en las farmacias, los empleados reconocían haber recibido preguntas del público motivadas por lo visto en el programa televisivo.

A pesar de que el programa se emitió de forma irregular en los últimos años hasta desaparecer de la programación, su legado perdura en varias iniciativas de comunicación en salud pública. Algunos de sus guionistas y presentadores siguieron trabajando en campañas del Minsap y varios de sus episodios aún se utilizan como material de referencia en facultades de medicina y programas comunitarios de salud.

Con la llegada de nuevas plataformas digitales, se ha discutido la posibilidad de reimpulsar el espíritu de La dosis exacta en formatos más contemporáneos. Algunos jóvenes médicos han promovido versiones similares en redes sociales, aunque sin el respaldo institucional que caracterizaba al programa original.

Más que un simple espacio televisivo, La dosis exacta fue un reflejo de la política de salud cubana, de su vocación educativa y de su lucha constante por mantener una práctica médica ética y accesible.

En una época en que la desinformación médica circula con facilidad y las redes amplifican mitos y curas milagrosas, el modelo de este programa cobra una renovada relevancia; sin embargo, el principal desafío sería encontrar la forma de revitalizarlo en tiempos donde el Estado cubano ni siquiera asegura la disponibilidad de los medicamentos en sus dosis mínimas.

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