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En la década de los 70, el cine cubano, armado con machete y a caballo, dio vida a uno de los personajes más icónicos de nuestra animación: Elpidio Valdés, el coronel mambí que se convirtió en el héroe predilecto de varias generaciones de niños cubanos. Su creador, el brillante Juan Padrón, trazó algo más que un mero personaje; forjó un mito con un acento distintivamente cubano, humor criollo y un profundo apego por la historia y la libertad.
Elpidio no vino solo al mundo. Estaba acompañado de su inseparable Palmiche, María Silvia y hasta el coronel Andaluz, uno de los villanos más entretenidos y caricaturescos del cine cubano. Padrón, mediante tinta y talento, supo amalgamar acción, narrativa histórica y un humor que nunca menospreciaba la inteligencia de los niños.
Durante las décadas de 1980 y 1990, Elpidio era un clásico en la televisión estatal cubana. Las peripecias del mambí se mezclaban con el pan con pasta y el agua con azúcar prieta, y sus numerosas aventuras lograban entretener y educar, siempre con chispa y humor.
¿Y ahora? ¿Dónde se encuentra Elpidio?
Hoy en día, Elpidio parece haber caído en el olvido. Ya no aparece en la programación televisiva con la misma asiduidad. ¿Por qué? ¿Qué le sucedió al héroe?
Primero, la producción de animados a nivel nacional ha atravesado una crisis silenciosa. Falta financiamiento, escasean los recursos y también la visión. Elpidio fue concebido por un equipo reducido, con limitaciones, pero con un talento y una convicción inmensas. En la actualidad, ni siquiera con más tecnología se logra igualar la calidad narrativa y artística de aquella época.
En segundo lugar, se ha perdido un aspecto fundamental: el compromiso con el contenido culturalmente significativo. En lugar de crear historias que nos representen, con códigos propios y personajes entrañables, muchos de los pocos animados cubanos contemporáneos parecen simples copias de modelos extranjeros, carentes de alma y voz propia.
Tercero, existe una falta de una programación adecuada. La televisión cubana sigue siendo un espacio esencial para la infancia, cuando los apagones lo permiten. Pero no basta con tener a Elpidio en el archivo; es necesario programarlo, celebrarlo y, por qué no, repensarlo para las nuevas generaciones, sin que pierda su esencia.
Retomar a Elpidio no solo sería un acto de justicia cultural sino también una forma de dialogar sobre los problemas actuales del país desde un símbolo que nos une. Elpidio luchaba por la igualdad y la dignidad del pueblo cubano. ¿No es eso lo que se pide hoy en día, en medio de apagones, migraciones masivas, largas colas y descontento social?
Usar a Elpidio como un puente para conversar con los jóvenes sobre estos temas podría ser más efectivo que mil discursos. No obstante, es mucho pedir que desde las plataformas estatales se aproveche esta oportunidad. Ya conocemos el resultado.
Imaginemos un Elpidio del siglo XXI, enfrentando no solo a los coloniales, sino a la burocracia, la indiferencia y los obstáculos que impiden que la Isla avance con todo su talento. Elpidio no tiene que envejecer; puede evolucionar. Y tal vez, con él, también podamos repensarnos como nación, no desde la consigna, sino desde la verdad, contada a través del arte, el humor y el sentido común.
Retomar a Elpidio no es solo nostalgia; es una necesidad cultural. No se trata de quedarnos en el pasado, sino de aprender de él. La fórmula de Padrón funcionó porque emanaba del corazón cubano, no de las modas. Sus personajes no eran perfectos, pero eran creíbles, entrañables, nuestros.
Hoy más que nunca necesitamos referentes así, que inspiren, eduquen y entretengan con dignidad. Elpidio Valdés no solo aguarda a que lo despierten del archivo; espera que alguien vuelva a apostar por un cine animado que no solo entretenga, sino que también enseñe a luchar por lo que se cree. Lo que ese mambí de ficción nos enseñó es que la libertad se conquista peleando, utilizando la inteligencia y la unidad como armas.