El sistema de transporte en Cuba: un trayecto en declive.

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Foto: Cuba Noticias 360

En la Cuba de antaño, moverse era un arte: los taxis recorrían todas las provincias sin falta y los ómnibus estatales respondían al pulso ciudadano. Hoy en día, sin embargo, la movilidad en la Isla se ha convertido en una odisea diaria, un testimonio del deterioro gradual del sistema de transporte estatal y de las malas decisiones gubernamentales.

Si alguien pensó que esperar el transporte público en cualquier ciudad del mundo era una prueba de paciencia, que pruebe hacerlo en Cuba. El transporte en la Isla es una mezcla de reliquia histórica, desafío cotidiano y acto de supervivencia urbana.

Las guaguas y almendrones llegan cuando les plazca, no cuando deberían. La espera puede ser prolongada y la capacidad, limitada. Aquí es donde entra en juego la creatividad del cubano, que es legendaria: desde motos improvisadas hasta carretillas tiradas por caballos, todo es válido para moverse.

Érase una vez: un transporte con encanto

Antes de que se cancelara el servicio de tranvías en 1952, La Habana respiraba modernidad. Luego vinieron los “camellos”, aquellos metrobuses gigantes de la crisis de los 90 que dejaron su huella en la memoria colectiva. Se decía que trasladaban hasta 300 personas en un solo trayecto, aunque la realidad mostraba que podían ser muchas más.

Hoy en día, menos de la mitad de los ómnibus estatales están operativos. En La Habana, poco más del 30 % de su flota está activa; en todo el país, el parque automovilístico estatal apenas supera el 50 %, y la mayoría está fuera de servicio, ya sea por falta de combustible, piezas o mantenimiento. El resultado son largas esperas, gente hacinada y cubanos contra reloj.

El transporte interprovincial también es una odisea. Los ómnibus que cubren estos trayectos son antiguos, con aire acondicionado que funciona a su antojo y paradas técnicas que son más para estirar las piernas que para verdaderamente descansar o disfrutar de algún refrigerio en los extintos “Conejitos”.

Los esquemas centralizados y la falta de divisas, junto con ingresos insuficientes para repuestos, son las principales dolencias que aquejan al sector. Además, se suman las trabas burocráticas para los transportistas privados, quienes intentan sortearlas cobrando cada vez tarifas más altas por los viajes.

En los últimos tiempos, el Estado ha intentado poner un parche legalizando y promoviendo triciclos y motos eléctricas, introduciendo las famosas “gazellas” o alquilando ómnibus a portadores privados.

No obstante, son soluciones improvisadas para un sistema que se dirigía hacia el colapso desde hace décadas. Por otro lado, el tren funciona a medias, las carreteras están deterioradas y los apagones impiden cualquier intento de mejora.

Pero, ¿hay luz al final del túnel? El gobierno ha buscado modernizar la flota, aunque los resultados son limitados y casi invisibles. Algunos proyectos de colaboración internacional parecen marcar un cambio, pero el camino por recorrer es largo y requiere no solo recursos, sino también una reforma estructural que vaya más allá de simples parches.

El discurso estatal suele culpar al bloqueo estadounidense -y no sin razón-, pero la realidad muestra que mientras se construyen hoteles y no se invierte en el sector del transporte, la evidencia seguirá siendo palpable: ómnibus obsoletos, rotos o completamente destruidos en las terminales.

El deterioro, la falta de mantenimiento y la ausencia de voluntad para invertir y renovar han convertido la red nacional de transporte en una colección de esperanzas. El cubano se desplaza por la Isla como puede, resolviendo, pero siempre con la esperanza de que “todo tiempo futuro será mejor”.

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