Foto: Cuba Noticias 360
Ella no sabe si el Día de las Madres traerá un apagón o una visita. A sus 65 años, vive entre dos mundos: uno sin electricidad y otro sin su hijo. En Cuba, solo quedan los apagones, la madre que envejece y un exmarido comunista. Del otro lado del “charco”, su hijo busca lo que en la Isla era una quimera. La última vez que hablaron fue por videollamada; su nieto le preguntó: “¿Abu, tienes luz hoy?”. Ella rió con tristeza y no supo qué contestar.
Luisa*, otra madre cubana, no deja de contar. No lo hace para celebrar este domingo con flores, sino para calcular cuánto le queda de arroz, si alcanza el aceite o si puede juntar lo suficiente para el uniforme del niño. Como madre soltera, sin círculo infantil ni ayuda estatal, se ha vuelto experta en malabares. Por eso, hoy no festeja. Hoy sobrevive.
María ya tiene 84 años a cuestas. Acostada la mayor parte del día, la acompaña un esposo que carga con la carga de ambos. Su vida ha sido de sacrificios y logros casi invisibles. Fue química, maestra y madre. Renunció cuando la obligaron a repetir consignas. Ahora, sus hijos viven lejos y el teléfono rara vez suena. El silencio de su hogar grita más que cualquier lema.
Caridad, esta vez, no puede abrazar a su hija. Intenta visitarla en prisión, pero las autoridades le impiden el paso. Su hija permanece detenida desde las protestas del 11 de julio de 2021, otro Día de las Madres tras las rejas. Su madre denuncia, insiste y vuelve. Le niegan la visita, pero nadie podrá quitarle el derecho de amar como madre. Ni toda la censura del mundo.
La historia de Zoila podría ser la más triste de todas. No podrá ver a su hijo nunca más. Murió el 5 de mayo, apenas unos días antes de este domingo. Ella pidió varias veces poder ver a José Gabriel Barrenechea, escritor y preso político cubano, pero el permiso llegó tarde. Su muerte no tuvo homenajes, pero su vida —como la de tantas— fue una lección de dignidad. Se fue sin poder despedirse, con el corazón roto.
Este segundo domingo de mayo llega con un ramo de contradicciones. El gobierno tuitea homenajes, repite versos y habla de heroicidad cotidiana. Pero en las calles, la mayoría de las madres cubanas están lejos de cualquier celebración. Hay quienes intercambian pan por antibióticos, otras compran carbón para cocinar el almuerzo. Algunas cuidan a sus hijos en hospitales sin medicinas, mientras que otras los esperan desde el exilio.
En Cuba, maternar es resistir. Es amar entre carencias, criar en la incertidumbre y despedir sin saber si habrá regreso. Las madres cubanas no necesitan discursos: necesitan alivio. Porque aquí, donde el amor no basta para llenar un refrigerador ni para cambiar el futuro, las madres son las verdaderas columnas que sostienen este país que se desmorona. Y lo hacen en silencio, todos los días. Sin aplausos. Sin descanso.
*Los nombres de los personajes han sido cambiados