Fotos: Periódico Invasor
El Aeropuerto “Máximo Gómez” en Ciego de Ávila, que costó más de 100 millones de pesos, se ha convertido hoy en un esqueleto cubierto de marabú, desatendido por la planificación estatal y erradicado de cualquier agenda de desarrollo. No ha sido el paso de un huracán lo que ha llevado a esta situación, sino la burocracia y el desinterés que lo han sumido en el abandono.
Desde el año 2002, no ha despegado ni aterrizado un solo vuelo comercial. La apertura del Aeropuerto de Jardines del Rey en Cayo Coco relegó al “Máximo Gómez” a la irrelevancia total. El tráfico doméstico se extinguió, las pantallas se apagaron y las puertas se cerraron. Dos décadas después, ni siquiera aparece en los planes del Ministerio de Transporte para el desarrollo nacional hasta 2030.
La imagen es desoladora: maleteros oxidados, techos colapsados, un restaurante que carece de alimentos y una torre de control vigilada únicamente por sombras del pasado. Un museo involuntario del abandono, donde el cemento pierde a diario la batalla contra la maleza.
El periódico oficial de la provincia, Invasor, fue contundente: “la terminal aeroportuaria se encuentra en un limbo entre la existencia y la inexistencia”. En otras palabras, ni el propio Estado tiene claridad sobre si aún se mantiene en pie o ya ha caído. No hay programa de rescate en marcha, ni uso alternativo planteado, ni intención visible de tomar acción.
Las pistas, que aún podrían ser recuperadas, están invadidas por maleza y basura. Según el mismo periódico, sería sensato darles un nuevo propósito: paracaidismo, deportes de motor, eventos. Sin embargo, en vez de optar por un uso útil y rentable, el aeropuerto permanece como un espacio devorado por el tiempo.
La apatía no se limita a Ciego de Ávila. En Morón, el presupuesto destinado a la Terminal de Ferrocarriles ya supera los 100 millones de pesos sin que la obra haya concluido. En La Habana, el Teatro Musical se ha convertido en un basurero, mientras que el Hotel Venus, en Santiago, es otro vertedero disfrazado de patrimonio arquitectónico.
Mientras tanto, el país sigue multiplicando la inversión en hoteles vacíos. Infraestructura que podría ser útil se desmorona, mientras se levantan torres desocupadas para un turismo que ya no llega. No se trata de escasez de recursos: es una manifestación de prioridades invertidas.