12,000 CUP por donar sangre en Cuba: una nueva actividad del mercado negro.

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Foto: Cuba Noticias 360

Obtener sangre en Cuba, un derecho que debería estar asegurado por el sistema de salud pública, se ha convertido en un reto significativo. La falta de donaciones voluntarias ha llevado al crecimiento de un mercado negro donde cada bolsa de sangre puede costar hasta 12,000 pesos cubanos, equivalentes a unos 100 dólares, según un artículo publicado por el periódico estatal Escambray.

Las estadísticas son claras y alarmantes. Entre 2020 y 2023, la isla perdió más de 100,000 donaciones, reflejando un fenómeno que va más allá de la simple falta de motivación ciudadana. Sancti Spíritus, por ejemplo, es una de las provincias más afectadas, ya que requerían 12,000 donaciones anuales, pero hasta ahora en 2024 apenas se han conseguido 7,252, una cifra que pone en riesgo la atención médica.

La carencia de bancos móviles de sangre, las limitaciones materiales y el desgaste del concepto de altruismo complican la situación. Muchas familias, ante la desesperación y la urgencia médica, terminan acudiendo al mercado paralelo, donde la vida de un ser querido depende de obtener los recursos económicos necesarios.

El panorama no solo se explica por la falta de recursos, sino también por un sistema que ha perdido su capacidad de motivar a la ciudadanía. Las campañas de donación carecen de atractivo y, en un contexto de crisis económica, los incentivos materiales prevalecen sobre los valores solidarios.

En la Cuba actual, la sangre se compra y se vende. Efectivo, alimentos e incluso teléfonos celulares de alta gama se ofrecen a cambio de una donación. Aunque esta práctica es ilegal, es un secreto a voces en los pasillos de hospitales y policlínicos. Las propias autoridades sanitarias son conscientes de la situación, pero la falta de pruebas concretas impide la presentación de denuncias formales.

La realidad apunta a un cambio profundo en la percepción social sobre la donación. Según expertos, lo que anteriormente se entendía como un acto de solidaridad se ha degradado a un simple intercambio material. La escasa calidad de las meriendas ofrecidas a los donantes y la ausencia de estímulos reales no ayudan a revertir la tendencia.

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