Foto: Roy Leyra | CN360
Quienes nacieron en la difícil década de los 90 en Cuba recordarán con nostalgia las maravillas que se podían realizar con los cinco pesos que les daban sus padres cada mañana antes de ir a la escuela. Esa cantidad era un pequeño tesoro que aseguraba una merienda generosa, con varios dulces y un refresco o granizado, por ejemplo.
¡Estos cinco pesos parecían rendir mucho! Podías comprar dos cangrejitos deliciosos y calientes, rellenos de guayaba, un cucurucho de maní repleto y un refresco para aplacar la sed después del festín. Cada uno costaba un peso, y ese “combo” era la solución perfecta ante las largas horas de escuela que terminaban a las 4:20 pm y el suelo sabor del almuerzo del seminternado.
¡Cómo han cambiado los tiempos! Mes a mes, a raíz del reordenamiento económico, Cuba ha experimentado un aumento desmedido en los precios, lo que ha echado por tierra la leve mejora que significó el incremento de los salarios, afectando también el valor real del dinero. Hoy en día, es prácticamente imposible adquirir algo en La Habana con solo cinco pesos.
Para no ser absolutistas, es importante notar que con cinco pesos se puede hacer un extenso recorrido en dos guaguas a través de la ciudad, y sobraría un peso para… los santos, porque si apenas se puede hacer algo con cinco pesos, imaginen tener en el bolsillo únicamente el billete o la moneda con la imagen de Martí.
¿Recuerdan la merienda mencionada al principio: cangrejitos, cucurucho de maní, refresco…?
Un domingo en el que solo quería pasear por mi ciudad y observar su transformación, este periodista constató con tristeza que un cucurucho de maní cuesta 10 pesos y trae nada más que nueve o diez granos. La suerte tampoco quiso que estuvieran bien preparados, pero sí que contenían suficiente sal para aderezar varias ensaladas de vegetales. Si la sal es cara, el vendedor evidentemente no lo sabe, y lo que actualmente ofrece es sal con mínimas muestras de maní.
La búsqueda de la merienda continuó y me llevó a recorrer media Habana Vieja y desandar calles de Centro Habana donde antes había pequeñas cafeterías con una gran variedad de dulces, que ahora han desaparecido o se han convertido en lugares más “fancy” que solo revenden refrescos enlatados y preparan sándwiches.
¡Los cangrejitos aparecieron en Centro Habana! Cuestan 15 pesos, y aunque son tres veces más grandes que los que solíamos comprar en nuestra juventud, también tienen tres veces menos relleno de guayaba o queso —el de queso cuesta 20 pesos—.
¿Qué decir del refresco y del granizado? En cierto modo, hoy en día son prácticamente lo mismo. Solo se distinguen por la cantidad de hielo en el segundo y el precio. Un vaso de refresco instantáneo cuesta entre cinco y 10 pesos, y no es necesario probarlo para saber que su sabor se aleja bastante de la fruta que debería representar; la transparencia del vaso plástico revela que el polvo es mínimo y que está bastante aguado.
Lo mismo ocurre con el granizado, que antes se preparaba con extractos especiales y ahora se elabora con los mismos paquetes de refresco comprados en las tiendas. Cuesta al menos 20 pesos porque “el hielo está caro y también hay que pagar muchos impuestos”, argumentó el vendedor.
En resumen, en Cuba el dinero es como el tiempo: se va volando y luego no sabe cómo regresar.
La inflación es, probablemente, uno de los principales problemas que enfrenta la economía cubana, según ha reconocido el propio gobierno, ya que destruye la capacidad de compra del salario, sin importar cuántas veces se aumente.
El hecho es que, sin importar la calidad del producto, casi todos los precios han aumentado, salvo algunos bienes y servicios ofrecidos por el Estado. El Ministro de Economía y Planificación cubano, Alejandro Gil, ha reconocido que el incremento de los precios y la actual inflación están muy por encima de lo previsto en la tarea de “ordenamiento” que proponía la unificación monetaria en la isla y una reforma de precios y salarios.
De regreso a casa ese domingo, lo que me rondaba en la mente era la expresión de los padres que ahora enfrentan el dilema de dar 50 pesos a sus hijos para que puedan merendar algo en la escuela, o dejarlos ir con la esperanza de que el hambre no les ataque antes de las 12:30, cuando puedan ir a recogerlos para el almuerzo en casa.