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En un rincón del campo cubano, donde la tierra aún marca el compás de la vida, persiste un arte que no encaja en pantallas ni algoritmos: la décima improvisada. Más que una forma poética, el punto cubano representa una manera de pensar, sentir y cantar al mundo desde sus raíces. Es el arte de la palabra viva, expresada con precisión, ritmo y emoción, en décimas perfectas que se crean al instante, frente a otro y sin guion.
Esta tradición, que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2017, no surgió en academias ni en teatros. Emergiò en los bohíos, en los guateques campesinos, a la sombra de un árbol o en medio de un festival rural. Es el resultado de siglos de sabiduría popular transmitida de boca en boca, donde improvisar no es solo un ejercicio de agilidad mental, sino una manifestación de memoria colectiva.
Por medio del punto, los campesinos cubanos han narrado su historia, sus alegrías y sus penas. Han hablado de la tierra, el amor, de lo que les pertenece y de todos… Sin embargo, hoy, esa voz ancestral afronta un peligro. No por carecer de valor estético ni de contenido, sino por una brecha generacional.
La modernidad ha moldeado los paisajes culturales del país: los medios ya no reservan el mismo espacio para lo tradicional, la educación artística se torna cada vez más urbana, y las nuevas generaciones crecen en un entorno donde la inmediatez digital ha reemplazado la escucha profunda. La décima exige tiempo, atención y dedicación, tres elementos escasos en el mundo contemporáneo y en la Cuba actual.
Sin embargo, hay esfuerzos, tanto visibles como silenciosos, para preservar viva esta tradición. En algunas provincias, especialmente en el oriente del país, hay talleres de repentismo infantil que enseñan desde la estructura del verso hasta el arte de la improvisación con acompañamiento musical.
Estos espacios, frecuentemente impulsados por promotores culturales, se erigen como auténticas trincheras del patrimonio inmaterial. Generalmente carecen de recursos suficientes, pero están dotados de pasión y un admirable compromiso con la cultura viva.
El punto cubano ha mantenido un diálogo con expresiones más contemporáneas. Algunos -aunque escasos- jóvenes trovadores y poetas han mezclado la décima con géneros actuales como el rap, el spoken word o la trova alternativa, generando nuevas formas híbridas que, lejos de diluir la tradición, la enriquecen.
Esta evolución representa también una forma de resistencia, que demuestra que la tradición no está necesariamente en desafío con la innovación, siempre que haya una comprensión profunda de lo que se recibe. Este podría ser el camino y cambio hacia el futuro.
Si algo ha faltado a veces al punto cubano en la Isla es su capacidad crítica, su valor para narrar una realidad difícil que es la de casi todos. Esta podría ser una oportunidad para repensar el valor de esta manifestación desde otra perspectiva, no como un vestigio folclórico, sino como una expresión viva que aún tiene mucho que ofrecer a la Cuba contemporánea, tanto dentro como fuera de ella.
Salvar, adaptar y “aprovechar” el punto cubano no es solo preservar una tradición poética; es defender una forma de inteligencia, una estética de lo oral, una ética de la expresión popular.
El arte de improvisar en décima es, irónicamente, una de las formas más complejas de escuchar(se). Y aunque el olvido aceche desde muchas direcciones, es cierto que toda cultura que logra nombrarse a sí misma desde sus márgenes está más cerca de resistir el silencio. Mientras haya un niño que aprenda a rimar con sentido o un campesino que desafíe al olvido con una décima, el punto cubano continuará latiendo. Aunque sea en voz baja, seguirá.