19 de mayo de 1895: ¿Qué se dejó atrás en Cuba durante ese trágico mediodía?

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Foto: RL Hevia

La orden de Máximo Gómez resonó en los oídos del Apóstol durante el fragor de Dos Ríos como un duro golpe: “Hágase usted atrás, Martí, no es ahora este su puesto”. Tras años de unir esfuerzos en la lucha por la libertad, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano anhelaba desprenderse del estigma del civilismo que lo acompañaba por ser un hombre de letras.

Horas antes, incluso, había motivado a las tropas allí reunidas, encendiendo su espíritu: “Por Cuba estoy dispuesto a dejarme clavar en la cruz”, les había dicho, una afirmación que más tarde resultaría premonitoria.

Desoyó, por tanto, el mandamiento del General en Jefe del Ejército Libertador en un acto de rebeldía que culminó en tragedia: en aquel enfrentamiento “mal preparado”, como reconoció años después el propio Gómez, perdió la vida el único hombre capaz de avivar las llamas casi extinguidas de la guerra grande.

El 19 de mayo no sería, sin embargo, la primera discordancia entre ambos. En 1884, cuando se separó del Plan Gómez-Maceo, Martí había escrito en una carta al dominicano: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.

Con el Titán de Bronce, las discrepancias continuaron, hasta el punto de que ya en los campos de la Cuba libre, Martí narró en su diario de campaña, al referirse a una reunión que los tres jefes sostuvieron en La Mejorana: “Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí (…). No puedo desenredarle a Maceo la conversación: ‘¿pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?’. Y me habla, interrumpiéndome, como si yo fuera la continuación del gobierno legal y su representante”.

En aquella reunión de rencores no resueltos, Martí terminó de convencerse de la apremiante necesidad “de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar”. Tenía que demostrarse en combate.

“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”, escribió en una carta a su amigo Manuel Mercado el 18 de mayo, pero tal afirmación no revelaba en absoluto predisposición al suicidio, como han sugerido ciertos historiadores.

“Suponer que fue un suicidio es una especulación que va en contra de los principios de Martí, contra sus concepciones filosóficas —declaró a la prensa Luis Toledo Sande, estudioso de la obra martiana y autor de la biografía Cesto de llamas—. La existencia que dedicaba a la Patria no iba a desperdiciarla de esa manera. Sobre la muerte, incluso, había escrito: Ah, muerte generosa, muerte amiga, nunca vengas”.

No podía imaginar, mientras avanzaba hacia la tropa, que detrás de la maleza los soldados contemplaban su avance con su chaqueta y borceguíes negros, su pantalón claro y sombrero de castor: un blanco fácil; ni que la descarga cerrada lo fulminaría justo como él mismo había pedido en sus versos: de cara al sol.

Cayó impactado por tres disparos. Una bala le penetró por el pecho, fracturando el puño del esternón; otra le atravesó el cuello hasta salir por el lado izquierdo del labio superior; y otra lo alcanzó en un muslo.

El cubano Antonio Oliva, práctico del ejército español, alardearía más tarde de haber rematado a Martí mientras yacía agonizante en el suelo, aunque su versión no ha podido ser corroborada ni desmentida. Los expertos tampoco han llegado a un consenso sobre otros aspectos: el orden de los disparos, los motivos por los que Martí se separó del resto de sus compañeros de armas, o la probable estampida de Baconao, el caballo que le regaló José Maceo y que solía encabritarse.

Justo en el lugar del sufrimiento, marcado por José Rosalía Pacheco, el Generalísimo luego orientaría a los soldados cubanos para que cada uno colocara una piedra en homenaje al Apóstol; sobre el túmulo, en medio del potrero, se erige desde 1913 un obelisco que evoca —como si fuese posible olvidarlo— cuánto se perdió en Cuba aquel desgraciado mediodía.

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